Por noticias publicadas estos días en el País Vasco se viene detectando la llegada a estas tierras de muchachos emigrantes de doce a dieciséis años -más o menos- a los que dar acogida, porque de no hacerlo tendrían que vivir en la calle y pedir limosna.
El hecho resulta penoso y el peligro radica en su tendencia a crecer sin que las autoridades locales tengan a su alcance otra solución que la de ayudar como fuere a estos pequeños emigrantes hasta donde sea posible.
Cualquiera puede comprobar que esta circunstancia migratoria coincide, en estos territorios vascos, con el cierre empresas que han dejado de ser rentables. De otra parte, los puestos de trabajo estables van de capa caída. La oferta laboral, en general, escasea y cotiza a la baja.
Las estadísticas socio-económicas no dan idea clara de la dimensión del cambio. La pérdida de calidad de vida en muchos hogares no se airea, se padece en silencio hasta no poder más. Entonces la burbuja estalla. El retroceso no deseado se traduce en una pobreza generalizada..
No es agradable dar una pintura amarga de la realidad que nos rodea, sobre todo cuando afecta a las clases peor dotadas.
Claro que este tipo de problemas malamente pueden ser resueltos por las autoridades locales o regionales. ¿Se dan cuenta? El problema tiene dimensiones continentales. En nuestro caso es un problema europeo. O se aborda y resuelve para un conjunto de naciones unidas o hay que levantar murallas de contención, como en la edad media.
¡Y pensar que la atención de las masas se dedica a contemplar y atizar diferencias pueblerinas!
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