viernes, 3 de noviembre de 2017

TODO CAMBIA

     Está comprobado que las multitudes, para sosegarse un tanto, necesitan tomar la calle. En vías públicas, plazas o jardines, se expansionan, gritan, en  ocasiones amenazan, portan enseñas y pancartas, cantan, vivaquean y, si se tercia, lloran... todo para promover un cambio.
    ¿Y qué viene a ser un cambio?
     Según cómo se mire. Es difícil de explicar. Por mi parte, cuando con diez años llegue desde mi pueblecillo natal -trescientos habitantes-   a Vitoria,-cuarenta mil en 1933-,  experimenté un cambio que me llegó a desilusionar. Era una ciudad llena de curas con sotana y militares de uniforme, animada en las calles céntricas y aburrida en las afueras, con carros de basura trajinando  a las mañanas, lecheros y repartidores de pan que servían  el género a domicilio,  pomposos entierros con carroza y bestias de tiro engalanadas y cosas así... Yo quería volver al pueblo. Aquí me llevaban al Instituto,  foco cultural, en cuya fachada un letrero prohibía mear bajo la multa de cinco pesetas.
     El caso es que  todo se mueve y por fin  el que cambia es uno, para acoplarse a los nuevos tiempos. He visto como desaparecía de las farmacias el alquiler de sanguijuelas que chupaban sangre, para pasar hasta vender condones para no hacer hijos. Y así, casi todo. Me sueltan  en una nueva calle de Vitoria, y no se si estoy en mi ciudad o en Miranda de Ebro.
     Todo cambia y, pese a todo, las multitudes claman por más cambio. Después del Concilio Vaticano II, hasta los curas tenían más dinero. ¡Y sin sotana¡ ¿Qué más cambio, Baldomero?



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