Estoy asistiendo, como español interesado, al esperpento montado en Cataluña a cuenta de una vieja y trasnochada aspiración: convertir a tal territorio en una Nación soberana y así desconectarlo del resto de España.
Vieja aspiración, porque el secesionismo se concretó en el siglo XIX y ganó prestigio a medida que la España heredada de nuestros mayores daba muestras de agonía, circunstancia tan bien diseccionada por la Generación de 98. Y trasnochada porque, en nuestros días, los europeos fueron víctimas de dos guerras mundiales suscitadas y mantenidas por dos nacionalismos totalitarios.
Al fin, tras un periodo sangriento, un grupo de elegidos se sintió capaz de crear un sistema que alejara de Europa el viejo instinto de arrear estopa a quienes pelean bajo el pretexto de acudir en defensa de derechos patrios: la hoy denominada Unión Europea, dispuesta a limar fronteras.
En España -tan exaltada por el nacional catolicismo, fruto de la guerra del 36- no supimos evitar los errores denominados antipatrióticos, aunque más bien eran dogmáticos. Y cuando se daba por remediado el mal, con la Constitución del 78, no hicimos sino despertar al demonio familiar separatista, que se decía desde las filas del franquismo.
Y cobró cuerpo la doctrina nacionalista, ideológicamente bien armada, frente a un amasijo de partidos que aludían en sus diatribas a teorías nunca asimiladas por los votantes.
El secesionismo por fin estalló en Cataluña y ya estamos en fase de volver a empezar. pero ¿cómo?
Lo que desean los nacionalistas vascos y catalanes es -dicho si tapujos- convertir su respectiva autonomía en una Nación-Estado soberana e independiente. Así se confirmó en 1978, algo que no lo quisieron ver los constitucionalistas. Los vascos impusieron una idea clara, a la espera: ¡ya llegará el día!
Está en el Estatuto Vasco vigente, disposición adicional: que el Pueblo Vasco no renuncia a los derechos que como tal le pudieran corresponder en virtud de su historia.
Craso error de los padres de la Patria. Cataluña, País Vasco, Galicia están en la cola. A los demás se les espera
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