Según datos de la UNESCO cerca de tres mil idiomas de todo el mundo están en peligro de extinción. Ha de tenerse en cuenta que son unas seis mil las lenguas en uso, con las que se apañan los terrícolas vivientes.
¿Causas de esa realidad? La globalización rampante que no respeta a los vivos ni a los muertos. Esto lo comprueban a diario todos los que más tropiezan con el "argot" necesario para sacar partido a la era digital.
¿Qué recomiendan los más sensatos? Que a todos los niños -desde su más tierna infancia- les enseñen tres idiomas: dos de ellos a elegir, según las circunstancias, y el inevitable inglés.
Esa es la realidad y la política o toca el timbre de los edificios que se construyen o vuelve a llevarnos a las cavernas o cabañas de tiempos idos, que pueden ser una solución. La soledad permite el cultivo de valores muy positivos. ¡Pero no, es vida!
Este planteamiento, al que lidiar, nos afecta a todos, de manera especial a los más jóvenes que han de darse cuenta de cómo los futuros empleos, su puesto de trabajo, no estarán a la vuelta de la esquina, sino en los países más avanzados. Ya existen dos prototipos de migrantes: los titulados de valía que saben idiomas y los que sin título y sin más lengua que la propia, se las prometen felices creyendo en la atadura con longanizas destinadas para los canes del montón.
Otro sí digo: el idioma es un instrumento que tendemos a deificar y cómo pasa con toda herramienta hay que cuidarlo con mimo; pero ahí acaba nuestra dedicación, sin perjuicio de que le dediquemos el sitio más noble de la capilla oratorio.
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