Quisiera acertar, pero el tema es de difícil abordaje. ¿A quién se le ocurre pensar que puedan sentirse políticos y al mismo tiempo mercaderes, aquellos a los que luego citaré?
Podría hablar de la conducta seguida por los secesionistas catalanes al perder por goleada una primera fase del partido. No tuvieron ellos inconveniente en cambiar las normas durante el juego, para incumplirlas sin inmutarse, hasta tener que asumir a derrota. Pero no lo duden. La culpa no es suya. Hay que insistir, dicen: ¡Ganaremos!
No quiero referirme a ellos. Dentro del mismo género, voy a dedicar estas líneas al caudal de aplausos que suelen cosechar los líderes políticos, tras sus discursos, en las Cámaras legislativas.
El mercader trata de colocar artículos vendibles. El político, cuando ejerce de mercader, considera que es él quien está en venta. Hay una diferencia, ¿Cierto o no? Cierto, pero no lo reconocen. Y ahí está la base de toda corrupción.
El político bien entendido, no tendría tiempo para atender a sus esperanzados seguidores que le piden dedicación y eficiencia. Y los hay que así proceden. Pero no negarán que abundan en demasía los que les dejan espacio y tiempo libres para ellos tocarse el lóbulo o pulpejo; para vivir de las rentas.
Eso sí: desde la bancada aplauden a sus trabajadores; es mas inician el aplauso con impostado fervor paras animar a la compañía.
Alguna vez, bien; pero por sistema, ¡ya me dirán que sentido tiene el aplauso mecánico, en todo tipo de polémicas, dedicado a los jefes del tinglado!
Se lo diré: ser visto. ¿Para qué?
¡Dedúzcalo usted mismo!
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