Que nadie se llame a escándalo. Hitler fue un gran nacionalista alemán. Puso a una mayoría de sus correligionarios al servicio de la patria - pueblo de raza aria. Las masas siguieron su apostolado con ciega fe. Sus manifestaciones multitudinarias llamaron la atención mundial. Colocaba a sus rivales ante hechos consumados. Parecía invencible. Podía con todo. Elevó el prestigio de su patria. Tuvo imitadores. Su osadía, su ejemplo, condicionó la vida de otras naciones.
Esto no quiere decir que los nacionalismos, todos, sean totalitarios. ¡Dios nos libre! Pero a veces
caen en la tentación. Entonces dejan de ser demócratas. Pero lo disimulan. Por eso nunca olvidan, nunca se desprenden de los signos externos democráticos. Esto favorece que, según convenga, convoquen a sus gentes para que "democráticamente" les otorguen su confianza. El referéndum catalán del 1-O, lo han colado sus fieles como irrefutable. ¡Democracia pura!
Sus rivales, los otros "demócratas", tardíos en la respuesta, incapacitados para argumentar con éxito, conscientes de la basura que les rodea, dejan hacer. Y cuando tocan el cornetín de alerta, ya es tarde: la pócima no surte los efectos deseados.
Los avisos vinieron de sus prójimos, de sus vecinos más cercanos. Aparentan lo que no son, decían. Pero no era oportuno hacerles caso.
Leo: "Los gobiernos totalitarios buscan sumar el apoyo de las masas para aparecer como fruto de la voluntad popular. Al volverse masivo persiguen a los opositores bajo el argumento de defender la voluntad y los intereses del pueblo".
Esa es la cuestión: aparecer como lo que no son.
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