miércoles, 1 de febrero de 2017

POLÍTICA FUERA DE CAUCE

     La realidad política de los pueblos, su forma de gobernarse, termina por estar dirigida y controlada por los más listos y por los más fuertes. Claro está: el listo tiende a ser fuerte y, cuando por si mismo no lo fuere,  se vale de  alianzas y de otras triquiñuelas para dominar la situación.
     Comprenderán que esta simplificación, este esquema, no se se cumpla con rigor, pero todo desvío, tiende y termina  por buscar su cauce, como  ocurre con las corrientes de agua.
     Un millonario se ha hecho con el poder en los EE.UU. Quiere poner en práctica una política desorbitada, fuera de cauce, porque se siente listo y fuerte. Entre otras ocurrencias, pretende   poner murallas y puertas, unas fronteras herméticas, al campo; una línea de barreras, con las que aislarse con los suyos para siempre y ser felices; pero eso es imposible. Desde que el hombre es hombre no ha hecho otra cosa que huir en busca de la supervivencia de la especie. Y nadie  ha conseguido,  total y de forma permanente, detener esa huida interponiendo murallas.
      Por eso, ya  que el ideal no puede ser y además es imposible, aparecen los políticos que tratan de remediar ese límite hasta donde se pueda, que no es mucho en el mejor de los casos. Al fin, el bienestar llega a muy pocos y no siempre a los más necesitados. Los remedios son parciales y nunca definitivos.
     Si las multitudes estuvieran convencidas de esta realidad, tratarían de ser listos y por añadidura fuertes,  a la  par que justos. Pero éste es otro asunto y mientras esas muchedumbres  no distingan a  pillos y granujas de los fuertes y listos y crean que de allí salen los políticos, estamos perdidos.
     El problema, ahora, esta en saber si los EE.UU. han elegido bien a su máximo empoderado,  para si así no fuere, cambiarlo por otro. O, en el peor de los casos, atarlo corto.
    ¡Es un decir!

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