sábado, 11 de febrero de 2017

UNA MUERTE DIGNA

    Leo con asombro que en los países con alto índice de riqueza, el número de suicidios, por cada cien mil habitantes, es muy superior al de los pueblos considerados pobres. ¡Aten ustedes esa mosca por el rabo!
    Para más cachondeo, según los expertos, ese desnivel (muchos ricos, más suicidas) viene dado por la viciada costumbre de comparar la vida propia con la del vecino,  y por el desasosiego, el complejo de desgracia y la sensación de fracaso que dimana de ese feo pecado llamado envidia.
    No puede discutirse este aserto, ya que viene avalado  por universidades y centros de prestigio dedicados al examen de conductas al uso entre bípedos implumes,  que diría don Miguel de Unamuno.
    El caso es que en España, país de paradojas (el pueblo mas creyente y que menos respeta a Dios, a la hostia y a la buena fe de gentes que siempre rezaron por una buena muerte) nuestros políticos más progresistas luchan por la grandeza económica, que despierta envidias, y al mismo tiempo, por una muerte digna, a sabiendas de que los conceptos dignidad y muerte no se llevan bien ni en las mejores familias.
    Y aludo de paso al habla irreverente, a la que eran proclives los carreteros para estimular a las bestias de tiro, por estar generalizada  -en concepto de modernidad con chispa- entre  muchos  "graciosos" la grosera y vulgar manía de ciscarse en Dios, ya que para eso está la libertad de expresión, según dicen, como si sus oyentes fueran mulas. ¡Peccata minuta!
    Ya lo expresó un alcalde de tiempos idos para justificar el dislate: "Prohibida la blasfemia, menos en la cuesta".










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