martes, 21 de febrero de 2017

EL CUENTO DE LA IGUALDAD

     Hoy me toca pasar la prueba del examen médico. Tomo aire y quiero ser optimista. La doctora me anima mientras le cuento mis penas. "Estoy para el arrastre", -  le digo. "Calle, calle; ya quisiera yo llegar a sus años, así como usted..." - responde. Y añade: "Es imposible. Ni queriéndolo somos iguales".  Entonces me callo y medito.
      El derecho a la igualdad me parece una joya inestimable. Pero la igualdad como valor absoluto, mal que nos pese, no existe. Condenados a parecernos los unos a los otros, nunca hemos sido iguales. Por eso la divina gracia -según los dogmas- nos concedió la posibilidad de ganar el cielo para, con los mismos cuerpos y almas que tuvimos en la vida terrenal, gozar de la presencia de Dios como iguales. ¿Y qué va a pasar con los ateos? Seguirán existiendo. Son el mejor ejemplo de la desigualdad voluntariamente elegida.
       Soy partidario de la equidad: dar a cada uno lo que se merece en atención a sus méritos. Pero los políticos, ninguno está de acuerdo conmigo. Reconozco que con la equidad no se captan votos. La igualdad, imposible, se limita a ofrecernos el mismo trato ante las exigencias de la ley. La idea es buena, pero no se cumple o se cumple a medias.
        Un supuesto interlocutor me dice: "¿Pero usted no querrá retroceder a tiempos de extorsión y de miserias?
        Antes de contestar a esta pregunta conviene aclarar un extremo: En tiempos, ya idos,  tuvimos pueblos que vivieron fases de equidad y de bonanza. Ocurre que han pasado de moda. Fueron pueblos que supieron equilibrar la balanza de pagos con la de ingresos. Parece ser que sus fórmulas eran muy sensatas y sencillas: estaban educados a reducir los gastos o a incrementar los ingresos o las dos cosas.
        ¿Y cuando no hay ingresos...? Siempre ha sido igual: hay que inventarlos. Porque el gasto, llegado  un momento, no se puede reducir más.
         En ese trance la política tiende a simplificarse: aparece y crece el derecho a la igualdad. En efecto: todos tenemos derecho a la vida. Y esto tiene un coste. Claro está: antes de que muera un cofrade ¡cualquier cosa es buena! Podemos endeudarnos, y la "pella"  que la paguen nuestros nietos. O podemos robar, y el que venga atrás ¡allá se las arregle!
        Tengo mis dudas: unos me ofrecen gastar  hasta donde sea posible  y remediar cuantos sufrimientos se puedan, para ser todos más felices; otros piensan en contener el gasto y aplicar el ingenio para aumentar los  ingresos y poco a poco equilibrar las cuentas.
        No hay más cera... Los políticos están en uno u otro bando. Todos prometen. Hay que elegir.
        ¡No es mi caso! Me bajo en la ya cercana estación término.
     


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me estoy refiriendo a los fueros "originarios", surgidos  de los buenos usos  y costumbres de los vascos rurales, -los de la tierra llana, en Vizcaya, y de tierras esparsas en Álava-; fueros casi siempre admitidos de mala gana por las jerarquías superiores; excluyo los fueros "otorgados" como gracia de la Corona,  a cambio casi siempre de promesas financieras creadoras de mayores desigualdades.
     El fuero "originario" enseñó a las comunidades, donde se implantó, a vivir sobriamente con una mínima burocracia  muy controlada y con dos ideas económico-sociales impuestas con éxito: valorar la importancia de la calderilla, por una parte,  y de la prestación personal, por otra,  para atender a la solución de problemas colectivos.
     Así se logró, con  los buenos usos y costumbres,  una desigualdad equitativa y una vida social equilibrada, sin dictaduras, sin caciques,  con pocas casas fuertes... , con pocas y menguadas  jerarquías. Algo que hoy, en nuestros días,(y en los dos últimos siglos) equivaldría a una reducida burocracia oficial,  a la supresión de todo gasto superfluo en las instituciones oficiales  y una mayor participación de pueblo en los asuntos oficiales que se refieren al bien común, empezando por los pequeños núcleos de población.
     Hasta que llegaron los feudalismos, los institucionalización absolutista de poderes en favor dee la Corona, de la nobleza y de la Iglesia, las convulsiones revolucionarias, las repúblicas, los nacionalismos, los socialismos, los comunismos, los populismos etc.,  todos prometiendo la igualdad a raudales..., para terminar repartiendo en abundancia la pobreza entre los débiles., dominados por su afán igualitario;  doctrinas que decían defender a los iguales. .
     Animo a los lectores que conozcan de cerca la realidad foral originaria, no exclusiva de  Vasconia; pero fue donde más perduró y s  mantuvo en línea de progreso. .
    Lo digo con toda mis luces despiertas y conectadas. A sabiendas de que tendrá detractores.
    Todo tiene su explicación.

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