El arte del birli birloque es fruto de la ley del mínimo esfuerzo. No hagamos de un hecho que tiene sus orígenes en una ley que avala la supervivencia del género humano, lo que un portavoz de la TV reinante llamaría un "escandalazo".
Lo expresó muy bien una buena señora de misa diaria, a la que abordó -camino de la iglesia en plena campaña electoral- un periodista pesquisidor con esta pregunta: "Y usted ¿a quién va a votar?". "¿Yo? A los que ya están?". "¿Cómo es posible?"."Pienso que habrán robado todo lo que pudieron y que otros nuevos están expuestos a la tentación de volver a empezar".
En resumen, los politólogos -fruto inesperado que cuestan lo suyo- y sus seguidores, se quedaron sentados de culo cuando vieron cómo, en dos tacadas seguidas, las elecciones se ganaban por el partido mas vituperado en el correr de los siglos.
¿Y por qué ganaron? Muy sencillo. Porque pensaban como la mujer que iba a misa. O tal vez, porque la chispa popular española tiene respuestas para todo. Nadie se explica por qué la "Zapatones" -del imaginario español- prostituta de oficio, insultaba a su vecina, acusándola del mismo pecado, si bien la "Zapa" era más antigua en el escalafón.
La cueva de Ali Baba sigue abierta y no se cerrará -lo digo en serio- hasta que todos los políticos españoles -incluidos los de más valía -vale más honra sin barcos que barcos sin honra- hagan un acto colectivo de contrición y se pongan a inventar otro cobijo para privilegiados: por ejemplo un paraíso fiscal para españoles de las mejores familias.
Porque la política, mientras no se demuestre lo contrario, es un terreno abonado para montar trampas.
Y si no, que se lo pregunten a los comprometidos en esta faena por tierras de Cataluña.
¡No parece que hayan recibido el mismo trato!
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