La primera crisis económico social, de la que guardo recuerdos imborrables, coincidió con los años de la II República. No pude evaluar cabalmente los síntomas de aquella crisis -solo tenía unos diez años- pero, con el paso del tiempo, reconocí sus efectos y cómo situarlos en el lugar correspondiente del rompecabezas político de la época, que terminó en lucha abierta y sin piedad; es decir, acabó en una guerra civil, polo opuesto a toda solución civilizada, causa de una pobreza que trajo muertes que jamás se contaron.
Murieron personas inocentes, muchos en la flor de su edad, sin enterarse de por qué ni para qué, y sin una "memoria histórica" quede recuerde su sacrificio.
¿Y por qué se llegó a la guerra? Muy sencillo: porque los políticos se odiaban y el odio fue calando en el alma de los más inocentes.
No estoy conforme con la interpretación de algunos historiadores según la cual, la guerra civil española, fue consecuencia del fracaso de un golpe militar organizado por las derechas. La guerra vino como consecuencia de la rebelión popular generalizada; rebelión de las derechas por un lado y de las izquierdas por otro. Los primeros por miedo a verse desbordados por la revolución del proletariado, ya ensayada en 1934 en Asturias, y los segundos porque se sentían merecedores de una justicia social que se les regateaba, incluso al amparo de una República de progreso que la prometió y no la ponía en práctica; todo a juicio de los extremistas que ayudaron a que se proclamara.
Llegado el estallido del 36, los revolucionarios se rebelaron, pidieron armas a las autoridades republicanas (que en buena parte se las negaron) y pese a ello, se hicieron los amos en muchas provincias; y en la zona nacional los anti revolucionarios hicieron otro tanto y encontraron el armamento en los cuarteles donde ya muchos militares se pronunciaron a favor de la rebelión civil conservadora.
Pero la efervescencia de ese caldo de cultivo, de ese rencor, fue cosa de los políticos de una y otra cuerda que nunca estuvieron dispuestos a entenderse.
No quiero con esto establecer comparaciones entre el ayer y el hoy. ¡Dios me libre! Pero nadie negará que se dan casos de rencor como si los españoles, una vez cerradas las rendijas al odio en la transición, quisieran volver atrás. No se sabe si una parte de la sociedad española quiere que resuciten los fantasmas del odio, pero sin duda algunos políticos disfrutan poniendo el punto de mira en objetivos inalcanzables, dispuestos a conseguirlos o a negarlos a cualquier precio. Lo curioso del caso es que esos mismos políticos quieren demostrar lo contrario con buenas palabras, aunque los hechos sigan el camino de la intransigencia de la que dimana el rencor. El tiempo lo dirá.
Solo se sabe que ha llegado el turno de las mutuas concesiones en medio de un proceso descalificador que alcanza a los partidos más sólidos. Esto no ha hecho sino empezar y ya se vislumbran los primeros ramalazos de un odio consentido. No quieren mirar a Europa.
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