viernes, 4 de diciembre de 2015

POLÍTICA Y VIDA REAL

     La última encuesta del CIS ha ofrecido un resultado sorpresivo. La mayor parte de los consultores (que dan su parecer en virtud de unos datos) han aceptado -no sin sorpresa- que el PP se haya mantenido  firme y en cabeza,  entre los sometidos al pronóstico,  pese a la red de adversarios que le flagelaron (y aún lo hacen) sin miramientos, durante  un periodo de crisis galopante.
     Pero seamos prudentes: una encuesta no es una prueba; estamos ante un tanteo, un cálculo aproximado del comportamiento de los electores dentro de un par de semanas y, eso, en el mejor de los casos, no da seguridades. La previsión,  en materia tan aleatoria como es la del comportamiento de una muchedumbre de votantes, puede alterarse fácilmente por una simple nevada: el frío y la humedad pueden alterar la proporción prevista de votantes y desbaratar todos los pronósticos.
    Ahora bien, conocido el alto porcentaje  de los indecisos (que van a votar pero no saben o no dicen a quién), estoy tentado a ofrecer  mi particular pronóstico, invadiendo el espacio de vida real con un punto de fantasía. Parto de un hecho probable: muchos votantes del PP no confiesan su decisión  ni así los aspen y se ponen, al ser consultados, en fase de "no saben o no contestan". Luego votan a los suyos. Por intuición -a riesgo de equivocarme- presiento que el PP va a  recibir más votos de los previstos en las encuestas.
    ¿Por qué? Muy sencillo. Porque el PP es el que más garantías ofrece de no meterse en aventuras políticas experimentales. Ante tanto cambio como se anuncia, puede más en la práctica el sabio consejo de Iñigo de Loyola: "en tiempos de tribulación no hacer mudanza". O dicho de otra forma: el pueblo que más ha vivido experiencias políticas varias,  va a votar al que menos riesgos ofrece de equivocarse. Tiene su lógica.

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