miércoles, 9 de diciembre de 2015

MODERAR LA PASIÓN POLÍTICA.

     Las elecciones de febrero de 1936 (cerca de ochenta años nos contemplan)  me pillaron con trece años y las recuerdo por el apasionamiento puesto en juego por los partidos políticos que se disputaban el poder.
     La figura más popular del PSOE, Largo Caballero, no anduvo con medias tintas: luchaba por la dictadura del proletariado y colocó a su conmilitón Indalecio Prieto en segundo lugar, por ser más moderado; probablemente su talento político le indicaba que tanto radicalismo no auguraba una solución pacífica a los problemas de España.
     El más destacado político de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas),  Gil Robes, movilizaba a sus  masas con discursos explosivos y,  pese a conducirse democráticamente, era considerado por las izquierdas como un peligroso fascista.
     En torno a  estos dos ejes se polarizó la campaña electoral en pro de soluciones radicalizadas, unas en piña, bajo el manto del Frente Popular (las izquierdas), y otras en facciones divididas, supeditadas a la suficiencia personal de algunos de sus dirigentes (las derechas).
     Tras de las elecciones se montó una singular contienda política entre las izquierdas victoriosas y las derechas derrotadas.  Crecida la pasión, se desarrolló la mutua intolerancia a tiro limpio y otras lindezas; aquella política derivó en el asesinato de Calvo Sotelo que vino a convertirse  en la señal de partida hacia una rebelión  muy generalizada: así empezó la guerra civil.
     No es el caso actual ni el pueblo español está para ruidos. Pero hay algunos factores en juego, coincidentes con los de 1936,  que convendría superar de mutuo acuerdo: la crisis económica con un paro demoledor, el problema territorial planteado por los separatistas catalanes y una creciente pasión política alimentada por algunos políticos desaforados.
     Creo que a todos nos conviene aplicar buenas dosis de moderación en los remedios que cada partido propone, sobre todo si se examinan los  problemas desde una perspectiva de futuro. Ni la crisis  va a superarse con fórmulas gastadas o con una caridad oficializada vía subsidios, ni los problemas territoriales se arreglan creando nuevas fronteras.
     Hubo quien pedía en tiempos idos y razonablemente, aquello de la imaginación al poder. Lo malo del caso es que, en unas elecciones generales, como la próximas,  cuando como nunca desde España debemos influir en la Unión Europea  (soberanía compartida) y preocuparnos de lo bueno o malo que nos llega desde el exterior, sigamos dándole vueltas a problemas caseros que debieran  resolverse entre todos con la mejor voluntad y no tirándose los trastos a degüello.
     El último debate entre cuatro fué, en ese sentido, de una pobreza lastimosa. ¡Con la que está cayendo!




 

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