martes, 15 de diciembre de 2015

LA GRAN MENTIRA

     Un miembro de mi familia -soltero y telegrafista por más señas, libre de prejuicios, buena persona-, todos los domingos de los años treinta me daba dos pesetas, en moneda de plata acuñada con ese valor, para mis gastos,  y me dejaba ojear las novelas de su tiempo que solía adquirir semanalmente para  que las leyera a mi antojo.  Cayeron en mis manos autores, hoy casi desconocidos, de libérrima prosa. Recuerdo "El negro que tenìa el alma blanca" de Alberto Insua, "Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?" de Enrique Jardiel Poncela, "Las siete columnas" de Wenceslao Fernández Flores... Por estas y otras causas, mi mundo interior estaba hecho un lío, impropio de un mozalbete de once o doce años. Pero poco a poco, sobre la base de nuevas lecturas, se fue deslìando el ovillo y, a estas calendas de mi vida, aun no siendo experto en nada -o tal vez por eso-,  dudo de muchas cosas. Sobre todo de las ideas expuestas por quienes se amparan en la política con la pretensiòn de que prosperen como si fueran verdades científicas.
     Pues verán: no me creo  el cambio anunciado por políticos al uso, aunque los anhelen de buena fe, ni está la Magdalena preparada para estos tafetanes. Muy sencillo: ninguno de los contendientes en la lucha electoral española,   basa sus promesas en una doctrina influyente, como pudo ser  el liberalismo en un caso, o el comunismo en otro. Hemos creado una sociedad a cuya mayoría  le preocupa vivir bien, a ser posible poniendo en juego la ley del mínimo esfuerzo. A esta sociedad le hace falta algo que está por crear: una especie de padre pródigo, que garantice a las multitudes un estado de bienestar perpetuo. Algo impensable ¿verdad? Pues bien, me van a perdonar pero no entro al engaño, pese a que casi todos los políticos  asumen el desempeño del  papel de magos y veo a millones  de creyentes que comulgan con tan gigantescas ruedas de molino.
     Recuerdo vagamente el contenido de "Las siete columnas" de Fernández Flórez. Satanás deja de tentar a los humanos y éstos se liberan de "cumplir" con los siete pecados capitales. Desaparecen la envidia, la lujuria, la codicia, etc. ¿Y qué pasa? Que la vida de las personas se hizo  insoportable por aburrida y se impuso un modelo social que generó una pobreza asoladora. Algo así como vivir bajo un régimen comunista.
     Pienso que Fernández Flórez, que las pasó canutas refugiado en una embajada durante la guerra civil, echaba de menos el consuelo de una religión verdadera. ¡Pero ése es otro misterio del que casi nadie habla en un mar de iglesias medio vacías!. Y lo poco que queda  se lo quieren cargar, muchas veces desde dentro. ¡Ya es mala suerte!

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