miércoles, 15 de julio de 2015

UNA PARTIDA DE TUTE SUBASTADO (y 3)

         De aquí nació la idea de montar otra partida de tute subastado, esta vez en casa de Casilda. Sería los viernes a las tres de la tarde. A las cinco en punto,  la anfitriona serviría a los puntos un chocolate  con vaso de agua y bolados.
         Cuando las gentes del pueblo, días más tarde,  vieron entrar a Casimiro en casa de Casildita, pensaron: “Ya está; la tiene en el bote; antes de un mes le hace un hijo”. Al ver,  luego, la llegada del cura, rectificaron: “Estos se van a casar por la iglesia”. Y al  comprobar, al fin,  que estaban invitados el médico y el boticario, concluyeron: “Pobre Casimiro; esta lagartona lo pescará con lombriz”, el cebo más barato para alzarse con una trucha de cuatro kilos.
         Casilda preparó el salón de la casa con exquisitez y cariño. Puso a disposición de los jugadores de tute subastado una mesa camilla con su brasero candente, cubierta la encimera por un  paño verde y, encima,  un juego de fichas, dos  barajas españolas y cuatro ceniceros.  A unos tres metros, en la chimenea de hogar bajo,  crepitaban los leños secos de encina y, muy cercana, una lámpara de pie aseguraba la iluminación del campo de juego en aquella tarde gris, invernal  y a media luz.
         Casilda les dio instrucciones que todos acataron con amabilidad y pruebas de gratitud.
         - Tienen todo a mano para empezar la partida. Les dejo solos hasta las cinco,  hora del chocolate. Será un placer para mí atenderles. Después rezaremos el rosario.
         La anfitriona se ausentó  y dejó a los miembros del grupo, sorprendidos,  confusos, como si despertaran de un sueño.
         - ¿Ha  dicho que rezaremos el rosario? –preguntó el médico.
         - Esto no es lo convenido –resopló el boticario.
         Casimiro se calló prudentemente e hizo un cálculo: el del precio de su amor por la bella Casilda.
         - Señores –dijo el cura- : Por convenio tácito entre nosotros, nunca hablamos de religión, ni de política y mucho menos  de nuestra vida familiar e íntima. El rezo del rosario es solo una oración y no precisamente una manifestación religiosa,  ni  afecta a la vida íntima, por lo menos de Doña Casilda. Les ruego un respeto.
         Jugaron la partida y a las cinco en punto apareció Casilda  portadora de una gran bandeja con el servicio del chocolate y unos vasos de agua con su bolado dentro.  Ella vestía  falda plisada hasta la rodilla; dejaban ver,  enfundadas en medias de seda, unas piernas estilizadas e incitantes. Su busto, envuelto con blusa escotada de satén,  manga muy corta y botonadura semiabierta con desenfado, era un recreo para la vista de los puntos,   incluido el cura.
Casilda retiró los trebejos del juego, extendió un mantelito de lino  y puso la bandeja encima. Repartió el servicio entre los comensales y, con la chocolatera, llenó   cada jícara con el sano, espeso y apetitoso regalo. Sin más se sentó en una silla, que arrimó a la mesa, entre el cura y Casimiro, éste a su izquierda.     Bajo el faldamento de la camilla, sin que nadie lo notara, Casilda deslizo su pierna hasta rozar la del sesentón encelado, y con naturalidad y relajo dio comienzo a la tertulia mientras tomaban el chocolate.
 Casimiro vivió momentos de arrobo al sentir el tacto de su amada y se dejó llevar por imprevistas emociones. Su sentido de la realidad se fue al traste. Hasta rezó el rosario como un catecúmeno. “¡Los dioses ciegan a quienes quieren perder!”, pensó antes de rendirse atontolinado.
         La partida de tute subastado se prolongó a lo largo de  dos años y Casilda se mantuvo firme sin otra concesión que aquel tacto de piernas. Cuando Casimiro, intentó alguna vez deslizar su mano por debajo de la mesa a la conquista de otras parcelas,  las uñas vigorosas de la dama de hierro le hacían desistir; no tanto por el daño, como por la marca que provocaría explicaciones ante sus contertulios.
Una de estas tardes, pasado los dos años,  Casimiro se rindió:
- ¿Hasta cuando,  Casildita, vas a abusar de la paciencia mía?
- Casimiro: no te permito que en cuestiones amorosas me confundas con Catilina. ¡Tú ya sabes lo que has de hacer! Confiésate con los frailes de Angosto, como hago yo, y luego  pides mi mano.
- ¿A quién?
- ¿A quién va a ser?  ¡Al cura!
Al fin Casilda y Casimiro unieron sus vidas como Dios manda y el pueblo perdió un ateo que era casi una atracción turística.
         ¡Hay que ver los poderes de una partida de tute subastado y un chocolate  con bolados  en un pueblo apartado del Valle!

           FIN




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