De aquí
nació la idea de montar otra partida de tute subastado, esta vez en casa de
Casilda. Sería los viernes a las tres de la tarde. A las cinco en punto, la anfitriona serviría a los puntos un
chocolate con vaso de agua y bolados.
Cuando las
gentes del pueblo, días más tarde,
vieron entrar a Casimiro en casa de Casildita, pensaron: “Ya está; la
tiene en el bote; antes de un mes le hace un hijo”. Al ver, luego, la llegada del cura, rectificaron:
“Estos se van a casar por la iglesia”. Y al
comprobar, al fin, que estaban
invitados el médico y el boticario, concluyeron: “Pobre Casimiro; esta
lagartona lo pescará con lombriz”, el cebo más barato para alzarse con una
trucha de cuatro kilos.
Casilda
preparó el salón de la casa con exquisitez y cariño. Puso a disposición de los
jugadores de tute subastado una mesa camilla con su brasero candente, cubierta
la encimera por un paño verde y,
encima, un juego de fichas, dos barajas españolas y cuatro ceniceros. A unos tres metros, en la chimenea de hogar bajo, crepitaban los leños secos de encina y, muy
cercana, una lámpara de pie aseguraba la iluminación del campo de juego en
aquella tarde gris, invernal y a media
luz.
Casilda les
dio instrucciones que todos acataron con amabilidad y pruebas de gratitud.
- Tienen
todo a mano para empezar la partida. Les dejo solos hasta las cinco, hora del chocolate. Será un placer para mí
atenderles. Después rezaremos el rosario.
La
anfitriona se ausentó y dejó a los
miembros del grupo, sorprendidos,
confusos, como si despertaran de un sueño.
- ¿Ha dicho que rezaremos el rosario? –preguntó el
médico.
- Esto no
es lo convenido –resopló el boticario.
Casimiro se
calló prudentemente e hizo un cálculo: el del precio de su amor por la bella
Casilda.
- Señores
–dijo el cura- : Por convenio tácito entre nosotros, nunca hablamos de
religión, ni de política y mucho menos
de nuestra vida familiar e íntima. El rezo del rosario es solo una
oración y no precisamente una manifestación religiosa, ni
afecta a la vida íntima, por lo menos de Doña Casilda. Les ruego un
respeto.
Jugaron la
partida y a las cinco en punto apareció Casilda
portadora de una gran bandeja con el servicio del chocolate y unos vasos
de agua con su bolado dentro. Ella
vestía falda plisada hasta la rodilla;
dejaban ver, enfundadas en medias de
seda, unas piernas estilizadas e incitantes. Su busto, envuelto con blusa
escotada de satén, manga muy corta y
botonadura semiabierta con desenfado, era un recreo para la vista de los
puntos, incluido el cura.
Casilda retiró los trebejos del
juego, extendió un mantelito de lino y
puso la bandeja encima. Repartió el servicio entre los comensales y, con la
chocolatera, llenó cada jícara con el
sano, espeso y apetitoso regalo. Sin más se sentó en una silla, que arrimó a la
mesa, entre el cura y Casimiro, éste a su izquierda. Bajo el faldamento de la camilla, sin que
nadie lo notara, Casilda deslizo su pierna hasta rozar la del sesentón
encelado, y con naturalidad y relajo dio comienzo a la tertulia mientras
tomaban el chocolate.
Casimiro
vivió momentos de arrobo al sentir el tacto de su amada y se dejó llevar por
imprevistas emociones. Su sentido de la realidad se fue al traste. Hasta rezó
el rosario como un catecúmeno. “¡Los dioses ciegan a quienes quieren perder!”,
pensó antes de rendirse atontolinado.
La partida
de tute subastado se prolongó a lo largo de
dos años y Casilda se mantuvo firme sin otra concesión que aquel tacto
de piernas. Cuando Casimiro, intentó alguna vez deslizar su mano por debajo de
la mesa a la conquista de otras parcelas,
las uñas vigorosas de la dama de hierro le hacían desistir; no tanto por
el daño, como por la marca que provocaría explicaciones ante sus contertulios.
Una de estas tardes, pasado los
dos años, Casimiro se rindió:
- ¿Hasta
cuando, Casildita, vas a abusar de la
paciencia mía?
- Casimiro: no te permito que en
cuestiones amorosas me confundas con Catilina. ¡Tú ya sabes lo que has de
hacer! Confiésate con los frailes de Angosto, como hago yo, y luego pides mi mano.
- ¿A quién?
- ¿A quién va a ser? ¡Al cura!
Al fin Casilda y Casimiro unieron
sus vidas como Dios manda y el pueblo perdió un ateo que era casi una atracción
turística.
¡Hay que
ver los poderes de una partida de tute subastado y un chocolate con bolados
en un pueblo apartado del Valle!
FIN
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