lunes, 6 de julio de 2015

DEOGRACIAS Y EL AUGE SALINERO 2 (Continuación)

         Se sentaron ambos amigos a la puerta del Club y siguieron la charla.
         - Como te iba diciendo -siguió Deogracias- estoy preocupado con el futuro de Salinas. El negocio de la sal se agota y nadie se preocupa en poner remedio a la cosa.
         - Y tú, ¿qué propones?
          - Le he dado muchas vueltas… Creo que la sal de consumo es tan común y de uso tan vulgar que resulta difícil el intento de revalorizarla. En Salinas de Léniz, el único fabricante de sal la envasa con su marca. La llama sal “Ona” que en el idioma de los vascos es “buena”. Pues bien, no deja de ser un mal negocio. Esta idea la tengo muy trabajada y me lleva  a esta conclusión: a la sal de Añana hay que darle otro destino, algo singular, distinto, propio… Tendríamos que referirnos al lugar donde se recoge la sal con nombre que le diera personalidad, algo poético. Yo no lo llamaría el Valle Salado.
         - Estoy de acuerdo, Deogracias. Lo de Valle Salado es un   tópico prosaico. El término parece evocar  la aridez de la tierra salobre,  de vegetación escasa; algo así como un yermo donde sólo crecen el brezo o los ajos silvestres. Este nuestro no es un “valle salado”,  sino  el  “Valle de  sal mágica”. Valles salados hay muchos. “Valle de sal mágica” sólo hay uno: el nuestro, este que estamos viendo.
         - ¿Tú crees? Me gusta eso de la magia.
         - Claro que sí. Porque verás, poéticamente no tiene comparación la frase que propongo y publicitariamente funciona, no lo dudes.  Atrae mucho, no sabes bien, esto de la magia.  ¡Dónde vas a parar! Las gentes quieren milagros. Además, Fortunato, la proporción de nuestros manantiales salinos ha llegado a alcanzar cifras portentosas: 260 gramos de sal por litro de agua. El índice más alto, la salinidad del Mar Muerto,  anda por los 350 gramos. Y es el caso que, según me informa una hojita suelta arrancada del calendario del Corazón de Jesús, la reina Cleopatra de Egipto, la misma que rompió el corazón del romano César y luego de Marco Antonio,  les indujo a conquistar Jordania para poder ella embellecerse con las aguas del Mar Muerto: le activaban la circulación de la sangre, mejoraban el funcionamiento de sus articulaciones y se le disparaba el furor erótico. Fíjate: si el agua salina nuestra, que brota espontáneamente tras un misterioso recorrido por las entrañas de la tierra, tuviera esas propiedades, ¿sabes acaso a dónde nos llevaría?
         -  ¡Jope! Si eso fuera cierto Salinas se haría de oro.
         - Pero aún hay más. En la misma hojita me informo de que Cleopatra tenía otra afición: la de servirse de la leche de burra, como el mejor remedio contra las arrugas de la piel humana. Por lo visto -esto no lo decía la hojita, sino Deogracias- tras la inmersión en el líquido lácteo asnal, la tersura de la piel de la reina era la propia de un nácar cálido, sin que por ello los músculos perdieran una elasticidad placentera, ni sus pechos erguidos,  enhiestos, que eran la admiración de los pintores y escultores de su tiempo, se rindieran. Te parecerá mentira pero, en mis meditaciones, he pensado si no convendría combinar el tratamiento terapéutico de la sal con la cosmética antiquísima, pero actualizada, de la leche jumentil.
         Fortunato, pasmado, le dijo a Deogracias:
         - No cuentes a nadie esto que me estás diciendo. Hay que pensárselo bien. Tenemos una fortuna entre manos si sabemos aprovechar la ocasión. Pero si se divulgara, podríamos echarlo todo a perder.
         (Continuará)

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