GOBIERNOS DÉBILES. El Secretario General del PSOE,
don Pedro Sánchez, anda por los cubículos de la política vendiendo un recurso
mágico que acabe con los quebraderos de
cabeza con que nos machacan los insaciables independentistas: hacer de España
un Estado Federal.
¿En qué
consiste esta salida federada? No lo explica. ¿Qué pasos habrá que dar para hacerse con tal
federación? Tampoco lo expone. ¿Qué
piensan los independentistas catalanes y vascos ante tal propuesta? Nadie se
arriesga a dar una mínima indicación.
A
mí, que soy de pueblo que, me la han dado con queso en tantas ocasiones, termino
por no fiarme de las soluciones a problemas nacionalistas ni a las del sursum corda, ya que nunca se dan por
satisfechos si no se salen con la suya.
Una federación de Estados (podía ser un alianza de
territorios autónomos) se rige por un
texto constitucional común en el que los territorios federados ceden parte de
sus competencias en favor de la institución creada por la suma de todos ellos.
Ese texto constitucional común -según modelos ya existentes- no lo preconizan los
independentistas catalanes, ni lo desean los soberanistas vascos. Se consideran
naciones soberanas. Esa es la cuestión.
Sabino de Arana, fundador del PNV, lo expresó con toda
claridad y nadie lo ha desmentido oficialmente. Arana dejó escrito: “El
Nacionalismo aspira, como es sabido, a la independencia absoluta del Pueblo
Vasco”.
Los Nacionalistas no han perdido el hilo y, para
tranquilidad de futuras generaciones, en el Estatuto Vasco vigente consiguieron
que prosperara una disposición adicional, según la cual su aprobación, la del Estatuto, “no implica renuncia del Pueblo Vasco a los
derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia…” ¿Y cuáles son estos derechos?
Los que dimanan de la absoluta independencia del Pueblo Vasco.
El Pueblo Vasco casi tocó la independencia en 1936,
reducidos sus territorios a la
provincia de Vizcaya y poco más,
cuando lograron el primer Estatuto de autonomía, llamado de Elgueta. Lo interpretaron de forma tan libérrima como para
crear su ejército, emitir moneda, mantener relaciones exteriores y ejercer
otras competencias no autorizadas por el Poder central.
¿Quiere esto decir que los independentistas vascos no
aceptarían más competencias de las que hoy tienen con una configuración
estatutaria o federativa? No. Las aceptarían siempre que siguiera vigente la
disposición adicional de “no renuncia a los derechos del Pueblo Vasco”
según la historia. Esta cláusula ya figuraba en el texto elaborado por
los nacionalistas vascos cuando pretendieron que Euskadi se convirtiera en
Estado Asociado del Reino de España (llamado
Plan Ibarretxe); dato que da idea de la provisionalidad propuesta en dicho Plan.
Es decir que seguirían luchando por su independencia, como ha sucedido después de contar con Estatutos de autogobierno.
El Sr. Sánchez,
pretendiente a la Presidencia del Gobierno de España apoyado por el PSOE, da a entender que las soluciones de complejos
y viejos problemas están al cabo de la calle y basta con un cambio de leyes, cuando en realidad los
conflictos forjados sobre mitos e ideales patrióticos son de muy difícil abordaje.
Lo
cierto es que los nacionalismos independentistas tienden a radicalizarse tan pronto
como los interesados advierten que los
Gobiernos centrales dan indicios o muestras de debilidad e impotencia. No hay
gobernante más endeble que aquél que avisa que su misión consiste en cumplir y hacer
cumplir las leyes y se vale de argucias leguleyas para escurrir el bulto y no afrontar
su obligación con diligencia. Ni la corrupción habría alcanzado las dimensiones
que conocemos, ni el secesionismo actuaría con el descaro e insolencia que
derrocha en la actualidad, si se hubieran cortado a tiempo (eso sí, con
anestesia) los incumplimientos de obligaciones en ambos sectores.
El
Código Penal y leyes concordantes para unos casos, y en el artículo 155 de la Constitución vigente para
otros, están para ser aplicados en su momento y no estaríamos como
sucede, soportando un proceso vergonzoso y vergonzante si las autoridades competentes
hubieran actuado con decisión y a tiempo.
Hay momentos
en que la debilidad de los Gobiernos puede ser calificada de temeridad.
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