martes, 21 de julio de 2015

DIVAGACIONES DESDE VASCONIA V



VASCONIA  INTEGRADORA.  Los nacionalistas  vascos hicieron acto de presencia en la política española a finales del siglo XIX. Por esas fechas airearon sus principios para abrirse paso entre la opinión pública. Sabino Arana valoró por encima de todo la adscripción católica del PNV.
La ley divina era la  guía  del Pueblo Vasco.  Este principio ha caído en desuso.         Luego, en segundo término,     estaba la ley vieja, que los carlistas llamaron Fueros  Vascongados. Como los fueros  eran otorgados por reyes con poderes superiores, Arana quiso demostrar que no era éste el caso vasco. Sus leyes, derivadas de los buenos usos y costumbres de los vascos, eran “originarias”.  Rechazó esta denominación de “fuero” otorgado  y adoptó la de “ley vieja”  (legi zarra) originaria. A partir de este aserto, la independencia de los vascos estaba para ellos más que legitimada.  
En esta segunda década del siglo XXI, a la crisis económica que padece España, como otros países europeos, se ha unido la crisis territorial, cuyo sistema autonómico se puso en marcha tras aprobarse la Constitución; sistema viciado por un defecto de origen:   los autonomistas pensaron que la forma de armonizar la vida política española era  oponer al centralismo estatal, diecisiete centralismos autonómicos regionales.
          Con este punto de partida, el ideal asumible por cada territorio  autonómico -fiel reflejo del  comportamiento político de Cataluña y del País Vasco a los que pretendieron emular- fue maximalista, sin tener en cuenta que estas dos comunidades, influidas por los nacionalistas, no aspiraban a ser autónomas, sino a instituirse como naciones soberanas e independientes.
          Ahí están para demostrar este hecho,  el excesivo número de organismos autónomos, las pseudo embajadas, las universidades, los aeropuertos, el ferrocarril de gran velocidad, las autopistas, las emisoras de TV y radio, las sociedades públicas, etc. -iniciativas casi todas promovidas desde los territorios autonómicos- de muy costoso sostenimiento que, además, han servido de pretexto para un despilfarro que  escapa a todo control del poder central.
          Al final, el autonomismo descontrolado nos ha metido a todos los españoles en un ciclo  ruinoso: en una generalizada deuda que,  sumada a la creada y soportada  por una mayoría de Ayuntamientos, nos puede costar años de esfuerzo fiscal para poder liquidarla; una deuda paralizante de las empresas privadas productivas.
          ¿Cómo  corregir todo esto sin incurrir en lo que podría ser otro pendulazo que nos lleve a hundirnos más aún?
No es fácil y menos con la solución federal preconizada por el PSOE que, según parece, tiende a conceder más competencias a los territorios autónomos.
          Estos  factores de identidad, -raza, idioma propio, costumbres, leyes- a fuerza de repetidos, han asumido un valor que antes nunca tuvieron. Curiosamente, como esta interpretación de lo medieval no cuadraba con la democracia representativa implantada en España a lo largo del siglo XIX –voto universal,  tres poderes independientes y otros principios inexistentes en las tradiciones vascas y catalanas- no tuvieron inconveniente en encajar sus aspiraciones en los modelos liberales, con tal de seguir defendiendo las libertades locales, cayendo en pura paradoja; en suma,  el derecho de los vascos a constituirse en su territorio  como nación soberana, exigía lo que más detestaba Sabino Arana: ser primero liberal. Claro está que  entre nacionalistas nadie cita a Montesquieu.
          Todo esto de las leyes originarias  sucedía pese a que, al ser invadido el reino visigodo  por los árabes, la España cristiana constituida por gentes de distinto origen empezó a tomar conciencia de la necesidad de organizar su defensa. Desde la zona septentrional de la Península, donde se refugiaron gentes  llegadas de las zonas invadidas, se inició una tarea que sería secular. Los moradores de  Asturias, Cantabria, Vasconia, participaron a lo largo del tiempo en esa tarea y fueron ganando el territorio  que sería conocido por Castilla. Don Claudio Sánchez Albornoz, al reconstruir la historia de esa época, valora la participación de los vascongados en la construcción de Castilla,  previa a la de España, y no tiene remilgo alguno al señalar que Vasconia fue  la madre de Castilla,  luego la abuela de España. Henos aquí que frente a la posición excluyente de Sabino Arana y de sus seguidores más acérrimos, está la integradora de Sánchez Albornoz que da un protagonismo principal a los vascos en la formación de España.
          ¿Por qué los nacionalistas pueden mostrar con orgullo las raíces de su independentismo y no han de poder los “integradores” sostener la tesis que da relieve a la participación principal de los vascos a lo largo del tiempo –de lo que hay decenas de testimonios históricos- en la construcción de lo que luego sería la nación española? ¿Por qué los vascos de nuestros días, no pueden sentirse orgullosamente herederos de aquellos esforzados varones que lucharon por la España cristiana que al fin triunfó?
          Ser vasco integrador no es ser anti vasco. Y convencer a los demás de estas verdades, es una tarea pedagógica, fase previa para cualquier recuperación de votos vascos.
          Abierto  este cauce, no se podrá negar cómo, en la evolución de la vida post medieval, prosperaron en España  un conjunto de valores que conectarían al cabo del tiempo con las ideas democráticas modernas: el respeto de los derechos individuales sobre los colectivos, la defensa de un principio equitativo (que luego se llamaría de subsidiariedad)  en la organización político social de los pueblos, y el espíritu de cooperación como principio básico de una justicia social moderna y progresista. Tal vez estas ideas pudieran llegar a divulgarse más y mejor en un debate político histórico que se eleve por encima de las peleas partidistas.

          Algo difícil  de lograr en un mundo político alejado de la lógica.

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