domingo, 18 de noviembre de 2018

PARA LOS CUATRO DÍAS QUE ME QUEDAN (35)

     Tomemos el ejemplo de tiempos pasados, ejemplo de lo sucedido al correr de los días ante la llegada de gente extraña que no es  aceptada con agrado y mucho menos si, además, el emigrante es pobre y reclama igualdad de trato.
      Quiero decir que, al principio, al comienzo de un proceso migratorio, el rechazo del forastero suele ser mínimo. Al paso del tiempo alcanzarán las gentes de  casa a manifestarse con descaro. Hasta hace poco los "racistas" eran minoría. Ahora están en fase de crecimiento. A no tardar, serán muchedumbre.
      Esta realidad convive con otra de respuesta inmediata: las manifestaciones humanitarias: Nadie es más que nadie y todos los nacidos tienen derecho a un trato  digno.
      Que conste que sólo  estoy limitándome a constatar  hechos. No tomo partido.
      Veamos: la recepción oficial  en España fue sonada, a la vez que oportunista,  a cuenta de un barco cargado de víctimas migratorias a las que negaban el desembarco en otras naciones. Pero las autoridades -protagonistas de las meritada recepción- se esfumaron al paso del tiempo. Y la llegada de nuevas víctimas se hizo sin ruidos. Sin sitios adecuados para atender una creciente demanda (efecto llamada). A los recién llegados se les  da refugio en localidades indefensas con grave quebranto del deseo de los paisanos indefensos.
      ¡Así está la cosa!  Ustedes dirán.

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