Los pueblos prosperan cuando los seres humanos que los forman se distinguen por sus conocimientos, por su ingenio innovador y por su dedicación y constancia en el trabajo. La capacidad de hombres y mujeres para ejercer su oficio con nota superior, exige talento. En España el talento -salvo el de los futbolistas y casos parecidos- no se aprecia,. Peor aún: se castiga con fuertes tributos. Los afectados, cuando pueden, se marchan. Así nos luce el pelo.
El sistema fiscal que padecen los españoles, castiga el trabajo y el consumo útil y productivo y tolera, prima y a veces subvenciona, la indolencia, el disparo de cohetes, el toque de campanas y la fiesta callejera. ¡Para cuatro días que uno ha de vivir...!
Este clima o "dolce far niente" tomado como ejemplo de buen vivir, unido a una legislación paralizadora de iniciativas constructivas... este cabalgar de los jinetes mandarines de un pueblo desganado que aspira a vivir a costa de un turismo de la peor calidad, da para detenerse y reflexionar: Los políticos terminan por sumar para su casa, por prosperar ellos, en nombre del bien común.. Quien venga detrás, el último, que apague la luz.
Un pueblo en parte dormido, y el resto aburrido, termina por ser conformistas o por dedicarse al azaroso deporte de engañar al Estado. Este es el problema que nos lleva al fracaso.
Sobran políticos salvadores. Falta una minoría ilustrada y no dispuesta a dejarse manejar por la necedad irresoluta de los que dicen son Gobierno.
Seamos optimistas. Este año, el 2018, puede acabar con los melones insípidos.
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