No hace mucho llegó a tomar posesión del poder central un nuevo Gobierno cuyo Presidente se sintió obligado a explicar sus proyectos, contaminados -en cierto modo- por verse obligado a padecer el Presupuesto aprobado por el PP, su adversario.
Esta contingencia supone aceptar limitaciones contraindicadas para la política prevista por el susodicho jerarca del Gobierno entrante, de signo socialista; pero, pese a todo, aumentó el número de carteras ministeriales con su correspondiente programa y gastos anejos, unidos a otras demandas inexcusables para un político de cuna izquierdista.
Días más tarde, nos anunciaron los nuevos gobernantes la puesta a punto de originales criterios gubernativos y, con ellos, la llegada de justos y nuevos impuestos, cuyo pago nunca afectaría al laborioso currante de a pie, sino más bien a la banca, a los multimillonarios, a los ricos.
La gente, enterada a medias, daba por buena la propuesta, aunque eran muchos los que no se creyeron lo del castigo a la banca y demás compadres; entendieron que el vasallaje es el vasallaje, que éste suele ser sumiso y que siempre pagan los mismos, es decir -con preferencia- los que están en nómina. Lo equitativo sería que cada uno corriera con el pago de una cuota proporcionada a su riqueza. Pero... no; lo que no puede ser... no suele ser.
Intuyo que estamos al borde de la insumisión de los vasallos. Puede ser que se adelanten las emisiones generales. Entonces se verá.
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