Dan risa las explicaciones de algunas (demasiadas) autoridades para justificar la que se ha dado en llamar precariedad salarial. Dan risa y pena. Como sucede en muchas ocasiones, esta precariedad, tan común y conocida en villas, pueblos y aldeas, se traduce entre el vulgo con la frase "no hay más cera que la que arde".
Esto sucede en España y en otros muchos países por la excesiva oferta de mano de obra sin cualificar, es decir por la abundancia de trabajadores de toda clase y condición pero sin oficio; que se ponen al cabo de sus tareas en dos tardes o poco más. No se calculó ni se favoreció la demanda de tareas asequibles y se llenó la oferta de títulos universitarios sin salida y mal pagados.
Si unimos esta situación la llegada de migrantes incontrolados que vienen con lo puesto, se podrán deducir que los resultados no salvan a la mayoría ni con la estadística más o menos manipulada. Las apariencias, por mucho que se disimulen, no quitan que la realidad conduzca a la pobreza y afecte -ya sucede- a que el bienestar social se vaya deteriorando inevitablemente, para todos. Los cuatro sectores clave de todo progreso hacia el bienestar, el de la alimentación, la enseñanza, la sanidad y las pensiones, se están deteriorando por días.
¿Dónde está el remedio?
En contar con buenos políticos, curados de un vicio endémico (chupar de la goma) y bien dispuestos al debate sobre puntos y temas sostenibles y rentables sin perder el tiempo en discusiones sobre ilustres baladronadas como tienen por costumbre.
Como optimista bien informado, no lo veré.
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