la Unión Europea, para llegar a la situación actual y proseguir por un camino seguro hacia una federación de Estados, ha ido dando pasos, de uno en uno, bien meditados, de forma que se puedan corregir o rectificar y eludir desvíos o errores sobre la marcha.
Miremos a Europa de nuestros días. Pasa por momentos difíciles. Pero resiste frente a una doble oleada: la nacionalista y la populista. En España también coinciden ambas tendencias, como puede verse en el conflicto de Cataluña.
Ahora bien, por parte de la Unión se abordan estas dificultades con paciencia y con razones. Y para poner a cada en su sitio se tienen en cuenta – además de otras previsiones - un conjunto de principios básicos que se mantienen a rajatabla.
Me voy a a fijar en tres de estos principios que se aplican en la distribución de poderes entre la Unión y la naciones que la integran. Son los siguientes: principios de proporcionalidad, subsidiariedad y solidaridad.
Sin entrar en pormenores, cuando en España se habla y se sugiere una reforma autonómica, nadie alude a estos principios que podrían razonarse y cumplirse para lograr una estabilidad duradera. Cuando se instituyeron las actuales autonomías, al asumir competencias más parecía aquello una pelea que una concordia. Los nacionalistas primero y a imitación de ellos los autonomistas después, hicieron pasar por buena esta idea: cuantas más competencias para las circunscripciones autonómicas, mejor, para así justificar y sostener un auténtico anhelo: montarse a lo grande, establecer un centralismo regional y no ser menos que los territorios que aspiran a ser naciones independientes.
Esta es la línea de conducta a estudiar: la cesión de competencias y cómo. Algo que ya se quiso defender, sin éxito, por falta de medios en algún caso y por negada voluntad política en otros, por parte de quienes ejercían el poder en aquellas circunstancias.
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