Los españoles de hoy -como los de épocas precedentes- no quieren ver los problemas auténticos, que tanto condicionan sus vidas, y se inventan (o alimentan) otros artificiales hasta las cachas, que no merecen las penas que provocan.
No quieren ver, por ejemplo, los problemas derivados del culto nacionalista, tan episódico y superficial como lo fueron en otras épocas otras doctrinas que hoy ya no cuentan, no mueven voluntades.
¿Cuál es el anhelo común de los seres humanos, sin distinción de razas, clases, sexos, edades y otras circunstancias?
Muy sencillo: vivir más y en mejores condiciones. Y cuando esto no es posible, contamos con que en la otra vida seremos compensados por tanto como hemos sufrido en ésta.
Largo se lo fían al rebaño multitudinario. La mayoría quiere tocar la felicidad antes de salir de escena. Y ahí está el problema. A partir de ese momento el ser humano se abre a distintas creencias. Entre ellas están las políticas.
En plena caida del siglo XIX, cuando España se hundió en Cuba, las naciones estaban en auge y, con parecida doctrina, convencieron a las multitudes de cada país, de que ellos eran los titulares de la soberanía patria. E indujeron a que las masas pensaran en la grandeza y libertad de su Patria, -con mayúsculas- porque traería consigo la felicidad de cada patriota. Lo cual es una mentira sembrada a gritos. La gran patria, EE.UU. está cuajadita de pobres, cargada de infelices en un país lleno de ricos.
Es duro tener que decirlo pero el bienestar se gana a pulso por cada cual y no siempre. No son las Patrias las que hacen feliz al ser humano, sino éste el que hace pequeñas o grandes a sus respectivas patrias, a no ser que estos seres humanos sean políticos de oficio y sin conciencia.
Una patria vale, lo que valen sus gentes. Esto solo es posible con una buena escuela no doctrinaria, sino todo lo contrario.
Este es el problema de los españoles y sus variantes regionales.
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