martes, 19 de enero de 2016

LA LEALTAD CONSTITUCIONAL

     La lealtad es una virtud muy difícil de localizar dentro del género humano, sobre todo si el aludido, bípedo implume, se dedica a la política al calor de la democracia y jura o promete, en un acto solemne,  cumplir fielmente los dictados de una ley.
     Sin meternos en profundidades discursivas, los pueblos de cada país y sus políticos -dentro del mundo civilizado- parecen estar de acuerdo en organizar su vida social con  democracias representativas, para asegurarse de este modo la convivencia pacífica y la prosperidad.  Ese "estar de acuerdo" exige la vigencia de un conjunto de leyes generadas desde una norma  básica: la Constitución.
     Todas las leyes se pueden mejorar y hasta suprimir  por el cauce legal  previsto. Así nace el acuerdo que obliga a todos, para posibilitar  esa deseada convivencia, de cumplir  las leyes democráticamente aprobadas.
     Este principio básico es indiscutible y en el momento en que alguien no  lo cumple se coloca fuera del régimen democrático y  tiene su penalización legal que se hace efectiva  por vía judicial y en su caso ejecutiva.
     ¿Qué valor tiene un juramento o promesa constitucional y que consecuencias tiene su incumplimiento? En España su valor es nulo y las consecuencias no aparecen. Esto a pesar de que se entienda que las leyes son de cumplimiento obligatorio  del que no se  excluye ni a los que recurren a su ignorancia.
     Pero en España, pueblo difícil a todos los efectos,  creen algunos que  diciendo chorradas en un acto público de jura o promesa están libres de todo ejercicio de lealtad a unos principios. Han pasado a la historia los ritos solemnes de corte medieval (si cumples, que Dios te lo premie y si no, te lo demande). Ahora bien, ¿acaso al ridiculizar las formas  se libran de toda penalización?  Pues "sí" y "no". El "sí"  lo estamos viviendo en Cataluña: parece estar legalizada la desobediencia constitucional; ni les pasa nada a quienes no cumplen con la Ley de leyes ni parece que les vaya a pasar. El "no" lo viven cada día millones de españoles de a pie, a nada que se descuiden por aparcar -por ejemplo- su coche en doble fila en caso de necesidad. Los  que pagan  culpas ajenas siempre son los mismos.
     La verdad es que juramentos y promesas, en España  sobran. Bastaría con informar a  quienes fueran  a desempeñar cualquier cargo público de lo siguiente: "La obligación que hoy asume, si no la cumple con rectitud, le puede llevar a la cárcel. Tome nota y le damos por  enterado."
    Si esto que aquí en España ocurre se llama democracia, las cascarrias son  caireles.
 
     
   

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