jueves, 14 de enero de 2016

DIOS, PATRIA, FUEROS, REY

    El diputado Aitor Esteban ha defendido  la idea de que los vascos son un pueblo y una nación que, desde la pluralidad, han de dar conjuntamente los pasos hacia un nuevo estatus jurídico y una nueva relación con el Estado.
    En román paladino ha sonado la hora de pedir más competencias al poder central, en favor del poder autonómico, o -mejor aún-  de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, (el País  Vasco o Euskadi estatutario), en sus relaciones con el resto de España. Porque bien  mirada la cosa si,  como parece, Estado es el conjunto de medios materiales y humanos necesarios para gestionar el poder - se supone que en beneficio del pueblo-  en nuestro caso del pueblo español con vascos y catalanes incluidos, el Sr. Esteban, ha de saber que él es Estado, como lo son el Gobierno Vasco, el Parlamento autónomo o tantas otras instituciones que,según la doctrina nacionalista, han de verse separadas de un país al que se sienten atadas por la fuerza. Los vascos peninsulares se dieron unas instituciones (las actuales) que son Estado (español) por voluntad mayoritaria, que aprobó un Estatuto que siempre incomodó a los auténticos nacionalistas.
     Vieja historia que amanece con la primera carlistada,  resumida su doctrina en un lema: "Dios, Patria, Fueros, Rey". Perduraban aún cuando otro carlista arrepentido, Sabino de Arana, llegó  a esta conclusión: los vascos nunca tuvieron reyes. Y el lema, ahora en vascuence, se redujo:"Jaungoikoa eta legizarra"-"Dios y ley vieja". O sea Dios y fueros originarios, no concedidos. Es decir,  Dios y soberanía vasca.
     Esto es lo que quiere el Sr. Esteban, diputado, que reintroduce el ideario de siempre, con distinto
ropaje, porque las circunstancias han cambiado y anda Europa  por medio..
     No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que la situación de España está pidiendo  un diálogo a prueba de escépticos. Pero no un diálogo sentimental y presionado por movilizaciones que responden al manejo emotivo del problema. Ha de ser un diálogo razonado, con miras puestas en el futuro complejo y muy extenso de un país dentro de Europa, y no en mitos ni en historias manipuladas y además de vía estrecha.
     Es de temer que los nacionalistas vascos, en el nombre de Dios y del casi sacrosanto y mítico historial de su paìs, se vayan a estrellar con los nacionalistas españoles,  capaces de orear el también sacrosanto sepulcro de El Cid Campeador, cuando las sociedades han de resolver problemas que obligan a uniones generosas y sobre todo solidarias.





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