jueves, 28 de enero de 2016

DIFERENCIAS, SÍ; ODIOS, NO

     No intentaré señalar las diferencias que siempre existieron entre los partidos de derechas y de izquierdas en España, ni los y errores de unos y otros, ni sus aciertos, para deducir los fracasos de nuestro País.  Lo que nadie  negará es que de esas diferencias surgieron odios,  algunos hereditarios, y esos odios llevaron la injusticia a millones de españoles desde los albores del siglo XIX, por lo menos.
     En España se han asesinado y masacrado injustamente en nombre de Dios, de la patria, de la justicia justicia social, de la política y de otros ideales, a cientos de miles de personas, tal vez a millones, desde uno y otro bando, y no hay memoria histórica que repare el sufrimiento ni resucite a los muertos.
     Lo único que sucede es paradójico: en lugar de reconocer, cada uno lo bestias que fuimos, y mostrar arrepentimiento de palabra y obra, tratamos de buscar responsables cuando la cosa no tiene remedio. Lo único que se está regenerando es un odio de nuevo cuño.
     Volvamos a la actualidad. En España se detectan  dos corrientes de opinión, cada una con sus recursos para resolver -nos dicen- la crisis territorial. Y otras  dos maneras de ver la crisis social.  Las elecciones han demostrado que la mezcla de ambas crisis, -la patriótica y la social- permiten interpretar los resultados del voto de varias maneras.
     Cada corriente de opinión, -todos en minoría-  propone sus ideas para formar la alianza de la que salga un Gobierno estable, pero no se vislumbra el acuerdo  a corto plazo, con garantías de estabilidad.
     Todo sería normal si no fuera porque uno de los designados para dialogar, no sólo dice "no", sino que  se niega en redondo a mantener conversación alguna sobre el futuro de España con uno de los interlocutores,  que está respaldado por mas de siete millones de votantes.
     ¿Estamos ante un caso de odio impropio del buen hacer de todo político? Todo parece indicar  que sí,  porque no es una negativa razonable, sino personal, expresiva y reiterada. Es un odio "progresista", eso sí, aunque muy alejado de los propósitos de reconciliaron  fundadores de una nueva democracia con la que vivir en paz, que otros políticos  fraguaron en el setenta y siete.
      Siempre me pareció que al Sr. Sánchez le faltan dos hervores. Las primarias tampoco dan  garantías  de acierto.



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