Si me preguntaran si soy partidario de las concesiones autonómicas, diría que sí, a cambio de que los concesionarios cumplieran a rajatabla, costare lo que costare, con el criterio de solidaridad del artículo segundo constitucional, que reconoce el derecho a las "autonomías de las nacionalidades y regiones" a cambio de "la solidaridad entre todas ellas". O sea: se les da el derecho a ser autónomos y se les pide el deber de solidarios.
Lo importante o lo esencial de toda autonomía, para que esta sea duradera y eficaz, es facilitar la convivencia entre vecinos de forma que llegue a ser justa y equitativa. Y la verdad, en España, vistas en su conjunto las autonomías desde esa torre de vigilancia que llaman el "hecho diferencial", es que la controvertida solidaridad, base de la convivencia autonómica, está desdibujada y no se apoya en principios racionales y constructivos. El separatismo no es sino una muestra insolidaria.
Ahora se habla, para enderezar el entuerto, de dialogar de nuevo, de hacer reformas, de contentar a todos, de endulzar la mar salada. Lo cual, además de complicado, es imposible tal y como se muestran los unos contra los otros; entonces los milagreros dan con la solución: nos dicen que España es plurinacional y para unir naciones existe el federalismo.
Pero el federalismo -y no es casualidad- surgió para unir a pueblos o países desunidos, no para desunirlos primero y luego volverlos a unir. No es racional, pese a que un tal Pedro Sánchez vaya por ahí pregonando el invento como si fuera un crecepelos.
No obstante, imaginemos la desunión: cada nueva nación con derecho a organizarse, lo hará a su modo y manera y algunas se decidirán a ir por libre o a circular por la izquierda y otras no; y aquí paz y después gloria.
No se cuenta, por ejemplo. que la posesión del Condado de Treviño podría dar pie a una guerra entre Euskadi y Castilla, ni con que los primeros pidan la devolución de la Vasconia irredenta hoy castellana, donde los topónimos indican que aquellas tierras, antes de ser otra cosa, fueron vascas. O bien pensado, están ahí, por otro lado, los países catalanes... Toda una nación, Cataluña la grande, con más derecho que ninguna a reconquistar espacios propios según su historia, y por tanto a tener nuevas fronteras, su propio ejército, sus embajadas, su puesto en la ONU, su organización supranacional según los separatistas desean.
Todas estas novedades, y otras que ni cuento, están siendo divulgadas con el insano afán de satisfacer las ansias de cambio de algunos en aras de eso que llaman "progresismo"; no hacen sino confundir la gimnasia con la magnesia; ansias de cambio a lo grande en horas convulsas, pese a que Iñigo de Loyola, vasco a conciencia, aconsejara: "en tiempos de tribulación no hacer mudanza"; y menos aún cuando los países progresistas de verdad ya han decidido borrar fronteras entre vecinos con vistas a crear un mundo mejor.
¡Sin novedad señora baronesa...! La vieja historia terminó en una horrenda guerra civil.
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