lunes, 23 de febrero de 2015

POBRES Y RICOS.


     Cuando los pobres son más pobres y los ricos mas ricos, la idea más atractiva que se abre paso entre los políticos, como mensajeros de la justicia social, es igualitaria: todas las personas tenemos derecho a unos servicios mínimos y a una renta asegurada que nos permita llevar una vida digna. Hay que acabar con estas diferencias sociales tan extremas y tan dañinas.
     Este ideal,  tan fácil de asumir en teoría,  es además muy equitativo, ya  que al ver las desigualdades reinantes en el mundo,  se llega a pensar si no es la maldad de un porcentaje elevado de seres humanos  la causa de las diferencias abismales entre ricos  y pobres.
     La solución más sencilla que se nos predica -visto que por las buenas casi nadie renuncia voluntariamente a donar parte de lo que le sobra- no es otra que la de crear un sistema fiscal  justo que corrija estas diferencias.
     Tenemos para ello dos clases de impuestos:
     Los impuestos directos: para que cada persona física o jurídica pague con arreglo a sus ingresos, que, según dicen, es lo  más justo para repartir la carga. Pero este sistema termina por llevarnos a una realidad ficticia;  es como un cuento. El ,sistema  fiscal es como una red tendida para la  pesca: la eluden los peces muy pequeños que se cuelan  por los orificios reticulares, o los muy grandes que, con su fuerza,  rompen el artificio.
     Y los impuestos indirectos,  que gravitan sobre el consumo; imposición que, en efecto no es equitativa (los más pobres, proporcionalmente,  pagan más que los ricos).Pero el impuesto indirecto permite una recaudación eficaz  y jugosa; luego, se corrigen las injusticias  otorgando  subvenciones a los más desfavorecidos.
    De esta forma,  aparece el Estado social con su sanidad pública, su enseñanza pública, su sistema de  pensiones público, su transporte público,  etc. etc. y aparecen los pobres debidamente atendidos por el erario público. Con lo cual aumenta el censo de los subvencionables.
    Y todo parece ir bien, o menos mal, hasta que para satisfacer una creciente demanda (en un país donde todo se subvenciona, las necesidades crecen sin  límite) los gobernantes cargan la mano y aumentan año tras año, sin tino,  la presión tributaria. Se producen, por tal razón,  dos efectos negativos:  a), que al aumentar la presión, correlativamente,  crece la defraudación fiscal; b), que se desanima, hasta hacerla desaparecer, la iniciativa privada, tan castigada con tanto tributo. Sus titulares pasan a ser pobres con  derecho a subvenciones.
    Es entonces cuando todos los bienes y servicios de un país, vienen a recaer sobre el Estado. Para ello hace falta un funcionariado fiel,  donde cada empleado público,  en su escala, será el rico de esa nueva sociedad  socialista, mientras los demás, sin esos cargos públicos,  representarán su papel en ese nuevo  y aumentado censo de  pobres, eso sí miserablemente subvencionados. (Miren si no es lo que ya pasó en Cuba,  lo que al parecer, puede suceder  en Venezuela y tal vez llegue a pasar en  Grecia a nada que se crean el cuento de la buena pipa.).
     Bien mirado el tema, no da más de sí, pero ¿no hay acaso un modelo a seguir?. Hasta los "profesores" se dieron cuenta y  fijaron su ideal político en la social democracia de los países nórdicos.      ¡Qué listo es el hijo de don Calixto! Así que nada, aplicamos en España  el cuento de la Caperucita  nórdica y ¡verán  que bien! En esas estamos.
      Pero   da a la nariz que para esa "socialización"  con éxito,  sobran "profesores"  pero no tenemos Caperucitas ni lobos domesticados. Es muy sencillo: cuando los españoles -empezando por los políticos- estén, en el ejercicio de la tarea diaria y demás responsabilidades,  a la altura de  los nórdicos, habremos empezado a resolver la mayor parte de nuestros problemas. Y hasta tendremos muchos menos pobres. Y no serán necesarios tantos políticos.
     Lo comprende un niño.  ¡Ya les diré por qué!
   


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