viernes, 27 de febrero de 2015

LAS AMENAZAS DE LA DEUDA

     Uno se pierde en las explicaciones laberínticas que nos vienen a demostrar que los efectos de la deuda pública los pagamos todos. E incluidos en  ese "todos" están  las economías domésticas más débiles que, al fin, son las que más sufren.
     Cuando los expertos tratan de explicar este fenómeno  a los legos en la materia, entre los que me incluyo, tiene uno  que valerse de una lógica de ámbito domestico para no perderse.
     El caso es que España tiene un  problema de ahí te espero, como también otros países, (mal de muchos epidemia) con  la llamada deuda pública, cuya cuantía  ronda la suma de todo lo que produce nuestra Nación por bienes y servicios, durante un año.
     En el plano doméstico es como si uno ingresara para sostener a toda la familia, por ejemplo, 24.000  euros al año,  y tuviera una   deuda por la misma cantidad. Para saldar esta deuda tendría que tener ahorrado  el total de esa cuantía. Y no lo tiene. Por eso le dan un plazo.. Tan solo le piden al deudor el pago de unos intereses  y una cuota de amortización anual. Lo normal es que ese padre de familia no acreciente su deuda, porque de otra forma no podría atender sus compromisos habituales o diarios y sería declarado insolvente.
     ¿Y qué le pasa a un país tan grande como España (y a otros muchos) cuando para cumplir sus obligaciones no tiene suficiente liquidez, es decir dinero contante y tocante?  Muy sencillo. Se fían y le dejan que aumente su deuda, porque cuenta con medios para presionar a sus "paganos",  a los que pide más dinero o les quita prestaciones.
     Al Estado, en suma,  le permiten los prestamistas que aumente  su deuda, a cuenta deque atornille a sus paisanos. Y claro está, para  atender esos  nuevo y creciente pago,  unas veces aumenta la presión tributaria y otras recorta el gasto público en perjuicio casi siempre de los más débiles. Puede haber otra solución: producir y vender más a otros, siempre que no sean españoles.
     Eso es lo que pasa en España: nos han aumentado la presión tributaria y nos han recortado salarios, ayudas, prestaciones, etc..
     Y aún hay más: podríamos no pagar la deuda. Estas son palabras mayores, algo que parcialmente quisieron que podrían conseguir los griegos soberanos, que luego se han echado atrás porque el remedio era peor que la enfermedad.
     Y como no hay más cera que la que arde, tanto  en el ámbito doméstico como en el nacional, resulta que por las buenas o las malas, hay que pagar lo que se debe;   no queda otro remedio. Al final, como ya decía mi abuela, -una pobre maestra de pueblo allá por el siglo XIX, cuando las mujeres empezaron a demostrar que eran más espabiladas que los hombres- la solución más conveniente para todos está en ganar más y gastar menos de "motu propio", es decir por las buenas.
     Y eso ¿cómo se hace? Escuela, mucha escuela, para producir más, con más calidad y a mejor precio a fin de asegurar las ventas al exterior. Es difícil,   pero no imposible con buenas dosis de ajo y agua. Por supuesto, siempre que los políticos no nos roben, el problema más serio de España, con la Cataluña de los Pujol incluida.
     La verdad por delante.

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