martes, 3 de febrero de 2015

LOS INTERESES DE LA MAYORÍA

     Vean y distingan, señores políticos: las empresas  que gastan sus dineros en publicidad, para incrementar la venta de un producto entre el gran público, no pierden el tiempo hablando mal de sus competidores, por la sencilla razón de que tal estrategia no vende.
    Para vender inducen al posible comprador a que conozca las virtudes del producto  y sus cualidades, la seriedad del fabricante, las garantías de devolución y otros recursos en la misma línea de prestigio que rodea a la oferta;   le inducen, sobre todo, a que tome nota de cómo puede el tal producto satisfacer sus necesidades o sus intereses.
    En política de lo que trata es de ganarse la calle  vendiendo promesas y compromisos. No existe un producto tangible. Por tanto, la oferta hay que rodearla de seriedad y de razones; no de frases vacías ni de sentimientos hostiles, de gesticulaciones circenses, ni de golpes de pecho...Todo eso es teatro. Es decir la oferta que vale -además de estar razonada- es la que se hace por personas responsables, personas con prestigio y no por el primer robaperas  que  -sin programa  alguno bien razonado- se lanza a  representar papeles salvadores o a proclamarse como un nuevo mesías..
     Pero no van por ahí los afanes de una mayoría de políticos que han convertido el arte de convencer, en un manojo de insultos, de groserías e ideas chabacanas para desprestigiar al adversario.
Algo que, se puede  comprobar, no sucede en las ventas comerciales. A nadie que vaya a comprar un automóvil, se le ocurre preguntar por una marca de la competencia, pero si lo hiciera,  el vendedor de turno se saldría por la tangente;  ni en broma perdería el tiempo hablando mal de sus rivales. Por una razón: esa conducta no vende.
     Los políticos, incapaces de situarse  ante sus electores con prosa clara y didáctica para convencer a la mayoría, se desgañitan, claman,  se les hincha la vena, escupen rabia, sudan tinta, para enseñarnos  lo malos que son sus rivales. Y crean un fenómeno de  fácil respuesta: la maledicencia induce a  votar en favor del  enemigo.
     Bastaría  probar con  un lenguaje sencillo y claro que su política o su idea en venta es la mejor, por una serie de razones que han de ser expuestas de forma convincente; es la que mejor puede llevar la prosperidad al pueblo. En suma, hay que demostrar que su ideario  conviene a los intereses de una mayoría ciudadana seria y responsable. No es hablar por hablar,  las promesas han de venir refrendadas por hechos. Obras son amores...   Y para exponer todo esto hacen falta dotes; no gritos,  ni gestos iracundos, ni réplicas personales, ni palabras despectivas, ni otras garambainas...
    Quizás a nuestros políticos les sobre  suficiencia y les falten unos ramalazos de  humildad. Cuando se las dan de sabios,  resultan ser muy necios. .
    Eso sí: solo deberían hablar los pocos que saben cautivar al público. Los dotados con el don de gentes, del  que ya se hablaba en  los santos evangelios,  únicos capaces de crear convicciones profundas.
    En fin: nos jugamos mucho en este año electoral. ¡Un café a que seguirán zurrándose la badana!




           

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