sábado, 9 de septiembre de 2017

SERÍA EL AÑO DE 1933

     Entonces tenía Sebastián unos diez años. Anunciaron la proyección del  film de estreno, "Tarzán de los monos", en el mejor cine de la ciudad. Estábamos viviendo los albores del cine sonoro.
    Sebastián se puso a la cola para sacar su entrada  -previo pago de su importe- para la sesión de las cinco de la tarde. Llegada esta hora, superado el tumulto de la entrada,  un acomodador lo llevó hasta un asiento de tabla corrida de un tercer piso, más conocido por "el gallinero", que se llenó hasta el tejado. En este recinto se condensaban todos los gases fétidos  segregados por una clientela expectante y poco aseada, porque en la ciudad, entonces, pocas viviendas tenían  ducha y eran muchos los que no se bañaban hasta el verano, cuando más escaseaba el agua. ¡Ya se sabe! Cualquier pretexto es bueno para infectar el medio ambiente. Y muchos le echaban la culpa al inocente Tarzán, el de los monos,  de aquella capa de aire irrespirable.
     Sebastián se mareó. vomitó, le afearon su conducta sus vecinos de tabla y lo llevaron a casa entre dos amigos que, cumplida su misión,  se  volvieron al cine: Tarzán sólo había uno y estaba de paso. La  madre del muchacho, enfadada, le dijo sin recato alguno: "al cine, si no se puede, no se va; y si se puede se va a butaca".
     Así aprendió Sebastián a conocer la lucha de clases. Según su madre, "cada uno tiene su senda por donde camina y siempre que pueda ha de mejorarla" La experiencia abre horizontes. Es cuestión de gustos y reparos.
     Trasvasado el episodio al terreno de la política, las mentes delicadas expectantes de la batalla de Barcelona se marean . ¿Por qué no se bañan los políticos para purificar el ambiente? El propio Tarzán,  por razones de higiene,  tomaría una liana al paso para huir de tan viciada atmósfera.
     La ducha de la política, para gastar butaca, se llama ética.


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