sábado, 2 de septiembre de 2017

LA CHÁCHARA DE CADA DÍA

     Desde un punto de vista singular, es una maravilla ver cómo las tertulias de politólogos y expertos en dialécticas varias, aburren repitiendo vulgaridades para al fin no ponerse de acuerdo.
     Los susodichos  terminan por aburrir a una vaca, sobre todo cuando nos transmiten sus ideas bajo el  epígrafe "a mi me preocupa",   frase hecha sin sentido alguno, puesto que la lógica indica que lo que al tertuliano le preocupe lo mismo da,   porque nadie le ha dado vela en ese entierro.
    La superficialidad de lo tratado suele ponerse en evidencia cuando se debaten  asuntos urgentes con cuya solución, a la brava,  se beneficia a unos más que a otros. Por ejemplo, cuando a "los expertos" se  les da carrete para hablar de Cataluña  y su deriva secesionista: todos, con sentido común, coinciden  en que la solución si  no se acuerda por las buenas, perjudicará  a todos por las malas. También saben, por experiencia, que atizando el fuego se puede provocar el incendio, como ya sucedió en el 36. Y, por supuesto, en evitación de males mayores, cualquiera -no hace falta ser muy listo-  deduce en que es mejor un mal acuerdo, que vivir el clima propio de una lucha que siempre termina con  vencedores y vencidos.  
   Entre vecinos, una mejora del acceso al ascensor para facilitar su uso al vecino  del cuarto, condenado a no poder utilizarlo desde que se vio obligado a servirse de una silla de ruedas, es  mejor para todos que discutir a diario valiéndose de las más felinas navajadas traperas.
     Todos conformes; y sin embargo a diario, a fuerza de revolver el cubo de la basura, acaban pringándonos a todos.
     Valoramos poco y mal -no los cuidamos en el plano doméstico (como en el turístico o urbanístico)- los bienes de la comunidad que  son de todos. Hacen falta diálogo y convicciones civilizadas  para despertar los sentimientos colectivos en pro del bien común.
     Hay que hacer funcionar al seso y dejarse de chácharas.
   

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