sábado, 12 de marzo de 2016

RÉGIMEN AUTONÓMICO EQUITATIVO

        El centro derecha y la derecha dura y pura españolas, están poco propicias a meter el diente  al que ahora llaman problema territorial  (la autodeterminación de las regiones), que históricamente se conoció bajo el epígrafe de "movimientos separatistas", ceñidos en España a  Vasconia y Cataluña, con posibilidades de extenderse a Galicia y ¡quién sabe!
         Para ser sinceros, en la guerra civil del 36, desde el bando nacional, se enfrentaron a dos problemas: el separatismo nacionalista y el marxismo revolucionario. Así como para combatir ideológicamente al marxismo se implantó al terminar la guerra, como sucedáneo,  el nacional sindicalismo,  el único recurso para enfrentarse a las patrias catalana y vasca, fue rearmar la patria España manteniéndola bajo un centralismo a rajatabla.
         Ganaron los mejor armados. Pero la lucha ideológica sentimental entre patriotismos regionales enfrentados al poder central, se mantuvo latente, fue ganando  vida durante la dictadura y estalló, al fin, cuando el régimen se vio debilitado, con una virulencia separatista muy superior a la social. Mientras la lucha social se limitó a refundar el sindicalismo horizontal frente al ya decaído sindicalismo vertical, los separatistas radicales hicieron su guerra, contra la España centralizada, bajo la figura del terrorismo.
         La lucha por la patria vasca, -y de rebote por la catalana-  se apoyó en la violencia de ETA y dígase lo que se quiera, el hecho es que el Gobierno democrático de España, presionado por esa guerra no declarada, tuvo que ceder en el sector autonómico como nunca se había pensado. Y los organismos competentes parieron un sistema de autonomías muy poco racional y por ende muy costoso, con el que ni se ha resuelto el problema ni se sienten satisfechos millones de personas. En suma: está cada día más enredada la solución del separatismo español.
        ¿Por qué? Estamos a mitad del camino. Unos, los separatistas, esperanzados con su independencia, se mantienen firmes y esta firmeza que les ha sido rentable,  les induce a seguir con su política y sus presiones, ahora dialécticas, hasta alcanzar el reconocimiento de nuevas pequeñas naciones soberanas. Otros, los  autonomistas,  queriendo poner remedio a una ruptura de España, tratan de  convencer a las mayorías  con los recursos de un federalismo "ad hoc", sin explicar en qué consiste;  lo ofrecen esperanzados, cuando en realidad es de  incierta y  difícil aplicación. Por fin, están los de siempre, los unionistas,  o sea quienes  defienden la igualdad centralista para todos  los españoles,  que desearían volver a épocas pasadas y el que no esté contento que pida la baja.
         Esa es la situación trazada a grandes rasgos. Son muchos los que empujan pero recuerdan a los bueyes del cura de Villalpando. Van ciegos a lo suyo y van sudando. Muy meritorio, aunque para una inmensa mayoría de  españoles, está ya siendo un mal negocio.
         Habría que tratar el problema  poniendo razones que pudieran triunfar sin herir los sentimientos particulares de los españoles de cada territorio. Y esta tarea parece que nadie la quiere iniciar. Ni el centralismo radical, ni las taifas autonómicas vigentes, ni el separatismo, son solución para ese viejo problema de la España insolidaria. ¿Por qué?
         Porque, en principio, son muy pocos, -por no decir nadie- los que admiten la existencia de  esa  insolidaridad. Se expresa de mil maneras. Hasta en los juegos deportivos.
         Para entrar en razón (y ser racionalmente justos) hay que partir de un análisis frío del problema. Se llega a una consecuencia: no valen parches ni lociones tópicas; hay que deducir la solución por otras vías. Y, por principio, la solución ha de ser equitativa. La actual no lo es. Por eso chirría.  Ya hablaremos.    







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