miércoles, 2 de marzo de 2016

AUSTERIDAD Y CONSUMO.

      Es muy sencillo de entender: según los teóricos  de la economía -referida a grandes grupos de seres humanos- si se dictan medidas de austeridad se reduce el consumo, disminuye el gasto,  se cierran empresas, aumenta el paro, empobrecen los pueblos, no crecen...  En consecuencia, la austeridad es perniciosa.
       Desde otras posiciones,  todo consumo supone un gasto y mientras pueda mantenerse sin pedir dinero prestado, la cosa marcha; pero si los pueblos se endeudan, esa deuda de una u otra forma se ha de pagar por las personas y las familias y esto lleva a la pobreza, a la ruina personal y familiar. En consecuencia,  el consumo alegre y confiado es igualmente pernicioso.
       ¿Qué nos sucede en España?
        En principio, que no tenemos criterio formado sobre nuestras posibilidades como pueblo y si por aquello de favorecer el consumo el Estado (entendido en toda su amplitud) se inclina por potenciar, por ejemplo, las asistencias sociales, al aumentar el gasto, o desnuda a un santo para vestir a otro, o aumenta la presión fiscal, que es como imponernos  la austeridad por la vía de la opresión tributaria.  Ejemplo el que nos da Grecia que ha vivido todo el, proceso impuesto para que pueda pagar sus deudas.
        ¿Dónde está la solución de este círculo vicioso?
         Solo hay un camino y es de recorrido lento para una gran parte de la población. Estudiar, aprender,  competir y ejercer la sobriedad, no por mandatos o imposiciones políticas, sino por pura convicción.
        La carga (como siempre ha sucedido desde que Adán y Eva salieron del Paraíso) es de cada uno  y un buen aprendizaje  enseña a llevarla erguido y a elegir mejores políticos, y no los que prometen mucho pero dan poco.
        Para comprobarlo basta con atender y distinguir los discursos de investidura.  Verán cómo las promesas no fallan. Pero predicar no es lo mismo que dar trigo.



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