jueves, 3 de marzo de 2016

REDUCIR LAS DESIGUALDADES

       En España, país donde millones de sus habitantes aborígenes  no acaban de salir de la pobreza, se detecta la existencia de un sentimiento insatisfecho de igualdad. Lógico: entre españoles somos muy desiguales.
       La libertad y la fraternidad, -esta última también llamada solidaridad-  importan menos; y mucho menos entre  personas que viven en condiciones miserables
       En la propaganda política las promesas se orientan a crear la igualdad, siempre por arriba; se toma como  modelo a los mejor situados con un argumento eficaz: no es justo que unos pocos tengan tanto y sean demasiados los que se hayan de conformar con tan poco o nada.
       Las facciones políticas en busca de adeptos, ofrecen el acortamiento de distancias, hacernos  más iguales. Cualquier político que se precie está obligado a combatir las  desigualdades, pero nunca en sentido negativo (iguales en  pobreza), sino con signos positivos (iguales en riqueza).
       Son pocos los que piensan que lo que no puede ser, termina no siendo. El igualarse en riqueza es imposible. El solomillo del  vacuno se lo comen unos pocos. No hay para  todos
       Al político -como a todo profesional- cualquiera que sea su sexo y condición, le interesa detectar las posibilidades que brindan las desigualdades para, en unos casos combatirlas (izquierdistas) o justificarlas (derechistas) y con ese argumento ganar en poder y en capacidad económica,  salvo excepciones que, en ambos casos,  confirman la regla. Cualesquiera que sean los políticos y el país, los resultados, siempre al fin,  fueron los mismos:  unos pocos, mucho; muchos más, poco; muchísimos màs menos.  
       ¿Usted a quién votaría? Yo votaré a los que predican libertad y solidaridad. No lo arreglan todo, pero estropean menos. Y se reparten mejor las existencias.
        Les voy a dar unos datos: en casi todas las dictaduras populistas que funcionan en el planeta Tierra, hay muchas menos desigualdades que en España. También hay menos libertad. La solidaridad la dirige y administra el Estado. La pobreza está más extendida, afecta a mayor número de habitantes. La riqueza la controlan los políticos. Son más  iguales, pero viven peor.
        Viven peor, pero no es para que los nuestros se sientan orgullosos;  ni para presumir de nada. Una sociedad como la española, ha de soportar (y pagar) un fabuloso número de instituciones oficiales y sociedades públicas, de muy difícil control,  en manos de las mesnadas políticas y de una burocracia excesiva, muy costosa y fuente, además, de muchas desigualdades a través de la corrupción. Si tuviéramos menos polìticos y menos burocracia y sus secuelas, habría más igualdad, más libertad y más solidaridad. 
       Sería un gesto de solidaridad  que algún partido político nos prometiera una buena limpieza. Algo así como una cuarenta por ciento de adelgazamiento de esa pesada carga pública. Y en algunas autonomías que hoy no cito, un cincuenta  por ciento.
       
        
       
        




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