viernes, 15 de noviembre de 2019

PUEDO EQUIVOCARME

     Lo dije ayer: puedo equivocarme. Sinceramente, hay una derecha distinguida, acomodada y viviendo holgadamente, que no quiere mojarse en las sucias aguas de la política. Hay otra derecha trabajadora y responsable, que -sintiéndose obligada por tareas profesionales- dice no tener tiempo y lo dedica a cuidar de su familia.  Hay una camada de derechistas de ocasión que combinan su estilo embaucador con un morro de rompe y rasga que chupa sin decir basta: una derecha de cínicos sin vergüenza. Y nos queda la derecha del montón, buena gente, que dedicada a tareas de subsistencia, tan nobles como rutinarias, son las que tiran del carro y consiguen que una sociedad, como la española, pueda mantener un Estado cargado de parásitos que no se cansan de crecer y gastar en su insatisfecho buen vivir.
     Y las izquierdas, ¿qué?  Son de la misma materia  -salvo excepciones, se entiende- capaces de lucir osadamente su "generosa dedicación" a empobrecer nuestra tierra, echándole la culpa del desaguisado al maestro armero hasta hacerse los amos de la barraca.
     ¿Por qué no hablo de los nacionalistas anti constitucionales? ¿O de los que hacen del ocio una vida llorona y se apuntan a llenar las calles de basura, o basan su futuro en la mentira?
      Ya vemos. Son consideradas buenas personas, marcan estilo, están junto al que gana... Por lo general llenan -con su patriotismo multitudinario, abigarrado, procesional y arrasador - calles, plazas y comercios y  nos conducen  con su doctrina totalitaria, creyendo que son demócratas, a darnos el coscorrón.
      Pero insisto: puedo equivocarme. Y si me hago el distraído y me presto a dar leña a los propios antes que a los ajenos, no nos engañemos: es porque con tontos o pillos (o miedosos) puestos a dirigirnos no crecen ni las ortigas.
      Tiene usted razón Sr. Del Arco Casaos.

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