viernes, 22 de noviembre de 2019

EL IDIOMA Y SU IMP0RTANCIA

     Si uno dijera que el mayor enemigo de una costumbre funciona  soportándola con indiferencia y dando buen ejemplo, le contestarían  más o menos: usted se equivoca. No hay que frenar al que por rutina es como es: un noble defensor de una idea patriótica que mamó desde niño.
    Ante la imposición de un idioma por razones políticas suelen surgir opositores a cara descubierta y, como consecuencia, saltan indignados a llevar la contraria a la iniciativa calificada como noble defensora de la lengua autóctona.
     El uso y abuso de la blasfemia era costumbre española muy extendida hasta el punto de tenerla por original  y sumamente expresiva. Aun perdura en ciertas latitudes y disminuye en otras, afortunadamente, a medida que el blasfemo percibe el grado de idiotez que supone ensuciar el sitio más barrido creyendo que su decir es gracioso.
     Los idiomas prosperan o decaen en el momento y espacios donde dejan de ser útiles como medio de comunicación para vivir mejor. Pasó con el latín y otros muchos idiomas que fueron desapareciendo o disminuyendo en su uso siempre por razones prácticas. Y los demás si se sostienen, no es por decreto sino por costumbres acomodadas al hábito de vivir mejor.
     Los más auténticos y eficaces defensores del euskera quieren que la prosperidad funcione en provecho de los vasco parlantes y,  con tal fin,  dotan a su idioma nativo de virtudes discriminatorias,  prácticas y aplicables a quienes lo hablan.
     En casos así lo que procede en favor de los demás, es tener mejor escuela y más beneficios en la pujanza del entendimiento oral mediante el uso de los idiomas más extendidos.
   

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