sábado, 21 de noviembre de 2015

DIVAGACIONES DESDE VASCONIA

     LAS LLAVES DE LA LIBERTAD.- Hace cuatro días publiqué un comentario, alusivo a la libertad de enseñanza en España, dejando constancia de que en  la práctica no existe, pese a estar proclamada su vigencia tanto en la Constitución española como en la carta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
     Este comentario dio motivo a José Antonio de Apraiz y Oar para  publicar un mensaje cuyo fiel texto reza: "Lastima  que Don Pedro no tenga las llaves de tan ansiada libertad".
     No se si quería decir, "lástima", o "lastima". Por eso no acabo de entender el significado de esta frase que se presta a deducciones anfibológicas. Ni lastimo ni provoco lástimas, porque  tratándose de la "libertad" las llaves no cuentan. Cuentan las leyes. Las llaves son útiles en las cárceles, cerradas a  la libertad. Tampoco  tengo estas llaves, pero no hacen al caso.
     La "libertad de enseñanza" es por esencia un derecho individual que en toda democracia debe ejercerse sin necesidad de llaves,  de forma natural  y espontánea. Las limitaciones, las marca la propia ley que reconoce el derecho. Y nadie, ni el jefe de la tribu, ni todo un Gobierno, por muy autónomo o soberanista que sea, ni mucho menos yo, tiene a su disposición unas llaves con las que hacer inviable ese derecho, si no es por medio de la trampa. Ese es el caso: no hay libertad de enseñanza, salvo para unos pocos que vienen a ser unos privilegiados. No estoy entre ellos.
     Como  decía el pensador Julián Marías en años de tribulación, el derecho a la libertad  hay que ganárselo, ejerciéndolo. Eso es lo que yo  echo de menos, con más razón cuando internacionalmente, en punto a la enseñanza, España es un fracaso: por lo que sucede, no nos hemos  ganado ese derecho.
      Eso ya lo viví con mi familia en Vitoria. Yo era un "abonado" más  de una sociedad deportiva que funcionaba bajo el protectorado  de la Caja Provincial de Ahorros de Álava. Dirigía la sociedad una Junta de notables, entre los cuales figuraban dignísimos vitorianos, todos muy conocidos, también de José Antonio de Apraiz Oar. Esta Junta partió las instalaciones deportivas en dos, una para los hombres y otra para las mujeres. A mi familia -y a muchas más- (matrimonios con hijos pequeños de ambos sexos) nos partieron por la mitad, al  negarnos  el derecho de convivencia: "que no separe el hombre lo que Dios ha unido" .
     Con la mayor cortesía reclamé  mis derechos por escrito. ¿Qué me respondieron?. "Si no está conforme, puede darse de baja". Eso hice. No quise que mis hijos se contagiaran de aquella peste con ribetes hipócritas.
     ¿Quién tenía las llaves de aquella cárcel de bragas y braguetas? . Un canónigo que iba para obispo y una honradísima representación, bípeda y  sin plumas, de las buenas costumbres. Lo bueno de aquello es que aunque la disciplina se guisaba en Vitoria, la culpa se la podíamos echar a Franco.
     Don José Antonio: ¡Si yo le contara!
   

 

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