miércoles, 19 de febrero de 2014

UN CUENTO ALAVÉS

Del viejo Buenaventura Oraá, natural de Astúlez, bajo de estatura, magro de carnes y albañil de profesión, podía decirse que era despierto de mente y dueño de una memoria lúcida y partidaria de pasajes pintorescos. Al contar cualquier ocurrencia o sucedido lo hacía a su modo, con lentitud exasperante, pausas alargadas y, pese a todo, con amenidad y gracejo. En una tarde de invierno, al calor de la hoguera familiar, allá en su pueblo, escuchar a Ventura era una delicia relajante, un modo de estar entretenido. Si además te invitaban a paladear un chorizo asado a la brasa y pan de hogaza y a tentar una bota de buen vino, podías darte por afortunado y agradecer aquella lotería porque era, dicho en buena ley, todo un gozo. Aquel día le dio a Ventura por hablar de su convecino Valentín y de doña Dorotea su mujer. De ésta dijo que no tenía estudios pero, por ser muy leída, le daba cien vueltas al cura, sin duda el más sabio del lugar. Y decía de marido y mujer, que formaban el matrimonio más feliz de aquellas tierras por darse el caso curioso de ser ella quien mandaba y su marido el sumiso y obediente, pero ambos a un tiempo y cada uno por separado creían que sucedía todo lo contrario; o sea, que el mandarín era él y ella su segura servidora. Era un caso de feminismo rural poco estudiado y nunca emulado por alguna que otra mujer moderna que además de mandar, lo hace sin disimulo. Y esto es causa de muchas infidelidades y divorcios. Valentín era un admirador de su esposa doña Dorotea, no únicamente por este pequeño pero importante signo de inteligencia al ejercer el mando, sino porque siempre, siempre, estaba leyendo, pese a vivir en un pueblo tan apartado, tan chico y con tan pocos libros como Astúlez. Resultó que un día doña Dorotea le confesó sin rebozo a su vecino: “¿Sabes una cosa, Ventura? Yo soy autrigona”. El buen albañil, lo admitía humildemente, se quedó de una pieza: “¿Que fábula se trae ésta? ¿Me estará tomando el pelo?” Pero Dorotea se lo aclaró: - "Ya sabes tú, Ventura, que Valentín, y no es porque sea mi marido, es buena persona como pocos y si ejerce de alcalde es por la enfermedad del titular. Esto –ser suplente- no quita para que esté siempre preocupado con las mejoras del pueblo: que si el lavadero, la fuente pública, la escuela (entonces cada pueblo tenía la suya), las calles… Todo lo quiere tener a punto”. Ventura pensaba: “Eres tú, puñetera, la que metes tus ideas en su cabeza; si sabré yo”. Y así lo contaba. Valentín solía bajar una vez al mes a Villanueva, se personaba en el Ayuntamiento comarcano y firmaba papeles para que le dieran dinero y atender así los arreglos de Astúlez; tenía tan aburrido al secretario (eran los años de la guerra de África) que un día éste le dijo: “Aquí no tenemos un duro ni con qué lamernos; vas a tener que ir a la Diputación ya que son en Álava los únicos pudientes”. A Valentín esto de la Diputación única pudiente le dio qué pensar. Al volver a casa con el recado, habló con Dorotea y le expuso el caso: “No hay problema -le dijo ésta-: tomas el autobús en Villanañe y te presentas en el Palacio de la Provincia con los papeles”... (Continúa) (Del libro "Al aire libre" de cuentos alaveses. Autor P. Morales Moya. Email: tumecillo@gmail.com)

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