lunes, 10 de febrero de 2014

GANARSE LA CALLE No ser nacionalista vasco en la Vasconia “madre de Castilla y abuela de España” (según Don Claudio Sánchez Albornoz), supone pechar con algunos y a veces serios inconvenientes. Entre éstos está el hecho de que al no ser nacionalistas vascos, políticamente sólo tienen la condición de vasco-españoles; no son íntegramente vascos. Por supuesto, no es una opción voluntariamente elegida por los que pertenecen a esta minoría; es, más bien, un distintivo que aplican a los que consideran “no integrados”. ¡Que cada cual sepa dónde está su sitio! Al margen de toda política, lo verdaderamente triste es que por ser vasco-españoles se han ganado la repulsa de un amplio sector de vascos, y por ser vascos no gozan de la simpatía de los españoles de casta. Este peligro discriminatorio se agrava a medida que avanzan los afanes secesionistas. La única forma de conjurarlo, es por la vía de la integración. Es decir, -como pasaba con los judíos conversos- han de asumir la fe de los vascos y todos sus hábitos y, además, no judaizar, o sea no españolizar a escondidas en el cuarto oscuro de la casa. Pero no podemos volver a la edad media. Parece -muy al contrario- llegada la hora en el País Vasco peninsular de superar los miedos, y de organizarse para defender los derechos de esa minoría deseosa de no perder su doble identidad: ser vasco y ser español, a la manera que con naturalidad se puede ser vasco y francés o vasco y americano. Precisamente ahora que los nacionalistas vascos constituyen mayoría, es cuando más necesitan y se merecen los integrantes de esta minoría vasco-española el respeto de todos, sin ignorar su doble condición identitaria. Para que esto suceda, han de ganarse la calle. Ganarse la calle no es hacerse los amos de la vía pública, llenarla de pancartas y banderas, interrumpir el tránsito rodado o peatonal, gritar consignas y quemar símbolos; es más bien contar con la aceptación generalizada, por parte de la ciudadanía, de su españolidad vasca, hasta el punto de no sentirse discriminados en los territorios históricos donde durante siglos convivieron las dos culturas. Para empezar con buen pie, habrá de reconocerse que esta minoría vasco-española, si no es la gran ignorada, si es cierto que carece de la articulación necesaria para sentirse fuerte. Y puede decirse que, en ciertas zonas vasquizadas hasta las cachas, existe un cierto temor a ser identificada. Sin que ello suponga reacción ante el miedo, lo positivo sería tener el valor suficiente para hacer constar, ante propios y extraños, que los vasco-españoles de hoy constituyen una comunidad compuesta por gentes de bien que han hecho mucho por el País Vasco, y que tienen bien ganado el derecho a estar en vanguardia en esta tierra donde lucharon por una vida mejor para todos. Pero para ello han de aceptar el deber y la conveniencia de conocerse e insistimos -al margen de toda política- de fortalecer los lazos de amistad y apoyo mutuo. Esta muestra de valor (nunca de chulería), de honestidad y dinamismo para relacionarse, primero entre los vasco españoles y luego con las mayorías hegemónicas, -a pesar de que rara vez van a recibir de ellas pruebas gratuitas de estima ni graciosas concesiones- sería un paso positivo en este propósito de ganarse la calle.

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