sábado, 22 de febrero de 2014

LA DOMA DEL VIENTO

El sobrino nieto del inventor, llamado Rubén, cuando examinó el contenido del tubo mágico con el que soñaba su pariente muerto en la guerra, en el centro de Bujaraloz, sufrió primero un desengaño y luego percibió un rayo de esperanza. “Mi pariente -se dijo- no iba tras la gran solución: construir inmensos parques con turbinas movidas por el viento; quería, al contrario, resolver las necesidades del pequeño consumidor, de aquel que, viviendo en zonas rurales o periféricas de la gran ciudad, aspira a no depender de las grandes compañías para contar con energía eléctrica”. Lo consultaría con Ana. Era su chica y las pocas veces que solía participar de las inquietudes de Rubén, daba en el clavo. Las relaciones entre Ana y Rubén se beneficiaron del cambio de costumbres. En los pueblos pequeños –como sucedía en este de Álava- a finales del siglo XX apenas si quedaban jóvenes. Entre los pocos residentes solían establecerse lazos de amistad a veces íntima. Se habían roto los prejuicios de épocas anteriores. Tampoco existía aquella especie de guardián de almas, el cura párroco, un vecino puntero que en su plática dominical hablaba de los pecados en general y del sexto mandamiento con pelos y señales; nunca aludía a los pecadores; no hacía falta entrar en detalles por ser muy conocidos En estas circunstancias, habló Rubén con su chica para todo y le dijo: -Te necesito. -Tú dirás. Así fue cómo Rubén le explicó sus dudas: - Tengo los planos y un esbozo del proyecto que ideó un pariente mío para producir electricidad aprovechando la energía del viento. Todo el planeamiento técnico que desarrolló en su tiempo está superado por el trabajo de investigadores que han profundizado en la materia. Sin embargo, las soluciones aportadas en nuestros días exigen inversiones muy altas. Creo que por esta razón sólo las grandes compañías se han arriesgado a intervenir en este sector y gracias a su poder han conseguido ayudas oficiales, con la esperanza de no depender de los países productores de petróleo. Por los planos dejados por mi antepasado deduzco qué buscaba un aerogenerador eléctrico asequible al inversor individual, apto para el consumidor que quiere luz, calefacción, energía para su casa, su taller, su pequeña empresa… sin comprometer sus ahorros. - Es una buena idea; muy sencilla –respondió Ana. - Sí. ¿Pero merece la pena luchar por ello? - Yo creo que sí. Siempre que resulte económico. Fíjate, si no, en el éxito del abanico. Es el elemento más sencillo de refrigeración que ha ideado el ingenio humano. Nadie ha conseguido desplazarlo. Su triunfo se basa en las dos características que lo hacen atractivo y práctico: su sencillez de manejo y su baratura. Si tu pariente buscaba una forma sencilla de aprovechar el viento y transformarlo en energía productiva a bajo precio, a mi entender iba por buen camino. - ¿Merece la pena seguir investigando? - Merece la pena… Ambos -Rubén y Ana- guardaron silencio y abrieron un paréntesis meditativo: ¿Cómo hacer realidad esta iniciativa? - Yo pediría opinión a un experto –dijo Ana. - ¿Y cómo podíamos localizarlo? - Publicaría la demanda por “Internet”. Ante el teclado, Rubén escribió: “Deseo establecer contacto con experto/a en energías renovables, especialmente en la eólica”. La respuesta fue inesperada. La palabra “contacto” actuó como el imán que atrae limaduras de pequeña ferralla. Su fuerza provocó respuestas dispares: listas completas de señoritas y de señoritos con referencias personales y fotográficas de quienes se ofrecían generosamente a muy diversas clases de contactos. ¿Físicos? ¿Sentimentales? ¿Eróticos? ¿Magreos? Todo menos lo deseado por Rubén Tuvo que buscar con otros textos y hubo de informar someramente, apurando los datos, cuáles eran de verdad sus propósitos, así como facilitar algunos pormenores sobre su persona y la iniciativa que lo guiaba. Nadie respondió por la vía digital. Pero, pasada una semana, una tarde veraniega, cuando Rubén estaba dedicado a recoger los utensilios y aparejos con los que venía haciendo pruebas de doma eólica, apareció ella. Era como una chiquilla, delgadita, poca cosa, faz despierta, ojos vivos, gesto flexible, gentil donaire, dulce, amable, reflexiva… segura. -Venía en busca de alguien que está pidiendo apoyo para resolver un problema técnico… -Puedo ser el aludido –respondió Rubén. - Yo soy Valeria X, perito industrial electricista en paro; vivo aburrida y a punto de expratiarme para hacer algo. Tengo ideas propias y estoy dispuesta a colaborar en el desarrollo de cualquier iniciativa a cambio de cobijo y comida. Este es mi curriculum. -Yo me llamó Rubén, -contestó el interpelado- quiero producir electricidad a bajo costo por medio de un aerogenerador. Esta es mi iniciativa. -Puede interesarme. ¿Cuál va a ser mi alojamiento ¿Dónde voy a trabajar? Rubén no supo qué contestar. Le impresionó la seguridad de aquella joven que se valía de frases cortas y precisas al tomar decisiones. No pensó en formalizar algún tipo de contrato. No quiso avanzar más; se prohibió hacer preguntas. Al contrario, quiso manifestar firmeza en sus decisiones. - Nuestro taller es este local. Eran los establos de esta casa rural que me han prestado mis padres. Arriba van los dormitorios, una cocina comedor, el baño y algunas rinconeras. Será mi casa y también la tuya. Yo pagaré las provisiones y otros gastos. Te harás cargo de guisar. Nos iremos poniendo de acuerdo sobre las obligaciones de cada uno. (Del libro AL AIRE LIBRE Cuentos Alaveses publicado y editado por Pedro Morales Moya. Para consultas dirigirse a: tumecillo@gmail.com)

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