jueves, 27 de febrero de 2014

EVOCACION

Suena dura la voz del guardia y viene a sacar de su sopor a los viajeros. Estamos ante los mantenedores del orden, de la paz pública. Es natural el miedo de quienes transportan mercancías intervenidas, paquetes o sacos de pan, o aceite, o azúcar y cosas así. Los más viajan sin tales preocupaciones. Estoy entre ellos. No he de temer nada, aunque en aquella maleta, en la mía, vean los agentes de la autoridad el cuerpo del delito. - ¿De quién esta maleta? Los civiles actúan por parejas. Uno de los guardias lleva el mando. El otro, al acecho, trata de prevenir cualquier extraño. Mirada larga, paso firme y fiarse, ni del compañero. Lo tienen aprendido en los caminos. Cualquiera puede ser un delincuente. El cabo repite la pregunta elevando el tono de voz. Entonces, cuando el grito se desparrama por todo el compartimiento, tomo conciencia de que soy el llamado a contestar. - ¿De quién es esta maleta? - Mía, - respondo tardíamente con la falta de reflejos propia de quien está distraído-. - ¿Qué lleva? - Ropa y libros. - ¡Ábrala! Pudo ser un mal pensamiento. Se me ocurrió ofrecer las llaves de la maleta al guardia civil y con estudiada indiferencia sugerí: - Tenga. Puede abrirla usted y comprobar que sólo llevo ropa y libros. La propuesta resultaba insufrible para el agente dador de la orden. - Aquí tiene mi dirección -digo y al tiempo le entrego al guardia una tarjeta de visita con mis datos personales-. Vea: si no abro la maleta no es por mala voluntad; no está a mí alcance y no puedo - ¡Ábrala si no quiere que vayamos a mayores! - No puedo cumplir sus órdenes; tampoco sé si conseguiría acercarme. Tendría que romper esa muralla humana. - Insisto; venga y abra su maleta. - Lo siento; no puedo. Los viajeros que se supone forman parte del pueblo fiel, resignado y sumiso esperaban un desenlace dramático. Pero el guardia, a medida que daba lectura a la tarjeta, se fue serenando. - ¡Bien! De momento vamos a dejarlo. En aquella vil cartulina iba impreso mi nombre y debajo un “Licenciado en Derecho” que mandé poner por fatuidad. Pienso en el sacro santo respeto que en algunas gentes suscitan los títulos académicos. (Del libro "Ojo de peregrino" publicado por P.Morales Moya. Email: tumecillo@gmail.com)

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