sábado, 15 de febrero de 2014

CON CAPA DECIMONÓNICA

Don Fernando de Amárica, considerado el número uno entre los pintores de aquel Vitoria a caballo entre el XIX y el XX, vivía en una casa que hacía esquina entre Florida y Dato. Era un edificio sencillo, amplio y sólido, con planta baja y un piso. Tenía un jardín por el que vagaban dos pavos reales, distintivo de la casa. Don Fernando andaba por Vitoria envuelto en una capa decimonónica y tocado con un sombrero de paja, una especie de canotié al que había tenido la humorada de aplicarle una pintura negra. Amárica era notable por sus genialidades. Decían que mal arrastraba una hernia inguinal cuando en la ciudad se abrieron las primeras clínicas. La extirpación del apéndice vermicular y la reducción de hernias fueron notables avances de la cirugía que merecieron el comentario popular. Alguien le dijo: “Don Fernando, ¿por qué no se opera? Hoy quitar una hernia es como coser y cantar”. El artista, a media voz, razonaba: “Sí, sí; coser en la clínica y cantar en San Miguel”, su iglesia parroquial. Don Fernando, siempre atento a sus achaques y alifafes, vino a descubrir la risoterapia como solución del estreñimiento que padecía. Le resultaba imposible obrar regularmente por su crónica estiptiquez. Ensayó mil fórmulas para evitar la ingestión de agua de Carabaña o el aceite de ricino, remedios infalibles ante la falta de regularidad evacuatoria; purgas para caballo e impropias para humanos. Probó todas las ofertas farmacéuticas para vencer aquella dureza fecal. Estaba desesperado; no podía quitarse de encima esta pejiguera. Hasta que un buen día, puesto en faena, le dio por reírse de sí mismo por lo ridículo de aquel trance, sentado como estaba sobre un artilugio evacuatorio decimonónico, esforzándose para nada. Le salió la carajada en “je”: “je, je, je, je…”. Y ¡oh milagro! Aquella risa, hiriente y cargada de ridícula complacencia, le valió para quebrar el maleficio. Pudo hacer del vientre con toda naturalidad. Lo llamó el “esfuerzo hilarante”, y no se cansó de divulgar el remedio entre sus amigos por si padecían del mismo mal. Pues bien, Don Fernando sufrió de sinsabores en los últimos años de su vida. Su casa que fue campera en el XIX cuando su padre la mando edificar, era apetecible bombón de lucro por su jardín que iba desde la calle de la Florida hasta la de Manuel Iradier. Esta pequeña finca urbana se había conservado libre de codicias urbanísticas. Todo un milagro. Contaban sus amigos que Amárica quería dejar a la ciudad la casa con todos sus cuadros y el jardín con sus pavos reales, para convertir la primera en museo monográfico dedicado a su obra y, el segundo, en zona de expansión para el pueblo de Vitoria. Desde el Ayuntamiento, en la década de los cincuenta (Amárica murió en 1956) del pasado siglo, tuvieron la ocurrencia de crear un arbitrio sobre los solares sin edificar y reforzar sus arcas un tanto escuálidas. Estimaron que la heredad de Amárica era un solar urbano incurso en la ordenanza y a su dueño le cayó la obligación de pagar un arbitrio. Y aprovechando la ocasión le metieron un “puro” de postín. El patrimonio de Don Fernando estaba constituido por fincas rústicas y urbanas que por la política seguida tras la guerra –congelación de rentas en medio de una inflación galopante- habían perdido rentabilidad y valor. Nuestro artista pasaba por un mal momento en punto a liquidez monetaria y aquel mazazo municipal acabó por desnivelarlo. Don Fernando, tan cargado de razones morales como carente de fundamentos jurídicos, contaba a un amigo la historia de cómo lo perseguían desde las oficinas recaudatorias. No quería gastar sus dineros en abogados, y a la vista de que sus argumentos no habían hecho mella en las duras meninges de los concejales vitorianos, trató de dirigirse con un ruego a la Diputación para ver si ponían remedio a sus pesares. Era una historia sugerente y entrañable, una pequeña y casi patética demostración de como caminan por vías bien distintas el alma del artista y la codicia implacable de las instituciones públicas. (Del libro “Adiós Vitoria” publicado por Pedro Morales Moya). Para envíos consultar con: tumecillo@gmail.com

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