domingo, 16 de febrero de 2014

TREMENDA INCONSECUENCIA

Una experiencia contrastada a lo largo de la historia -millones de casos- nos demuestra un hecho hasta el momento ineludible: para que unos pocos vivan muy bien, millones de seres han de sacrificarse y pasarlo muy mal. Ninguna religión, ni doctrina política, ni esfuerzos sociales, han cambiado el signo de esta realidad. Y aún peor: muchos de lo defensores del cambio vieron, a lo largo de su lucha solidaria, como mejoraban sus medios de fortuna personales y cómo pasaban de la escasez angustiosa, a la abundancia hiperbólica. Salvo contadas excepciones, ninguno de estos afortunados triunfadores supo renunciar a la bienaventuranza de la riqueza y el lujo; incluso tuvieron la desfachatez de seguir predicando -ya es cinismo- la igualdad solidaria que les obligaría a moderar su codicia. ¿Quiere esto decir que debemos ceder en la lucha por la igualdad? ¡Nunca! Esta realidad tan solo nos indica que tantos apóstoles callejeando con sus prédicas solidarias a cuestas, sólo tienen éxito revolucionario ante pueblos atrasados y carentes de sentido crítico. La única forma de romper desigualdades -y muy lentamente- dimana del ingenio y del esfuerzo personal. Y de un valor establecido como inamovible: la condena social de la trampa, de la corrupción y del abuso.

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