No hace mucho tiempo que las familias y empresas, consumidoras de energía eléctrica, terminaron de pagar - con las facturas de Iberdrola -, el dinero invertido en la central nuclear de Lemóniz hasta que se ordenó su cierre. En total unos 2.273 millones de euros, gasto inútil del que es mejor no hablar.
Tomen nota. No hay que olvidar que, por casos como el citado, es frecuente que la clase política, -cuando mete la pata - aplique un remedio encubierto que al final lo pagan los de siempre: los españoles que hacen número, desde las clases más bajas.
De paso, viene a cuento decir que el coste de la energía eléctrica -según cálculos hechos por expertos- equivale a un tercio del importe de cada factura. Los dos tercios restantes, hasta el total que se paga por los que cotizan, se destinan a peajes, tasas, impuestos y recargos. Es decir que con la factura del consumo eléctrico nos aplican una mordida del carajo que, si no la satisfaces tiene una consecuencia inmediata: te cortan el suministro.
Expongo el tema porque, a fuerza de usar el sistema, cuando la rebelión llega a la calle, los políticos ¡ya se sabe! acuden al remedio del subsidio destinado a los más necesitados, que se vuelve a pagar por los españolitos creyentes en el dogma. Es decir creyentes en que para vivir dignamente, hay que trabajárselo.
¿Siempre? No. Salvo que cuentes con eso que se llama poder y te enroles en el grupo de los benditos por la madre política.
El tema viene a propósito de un peligro que nos acecha. Todos los expertos saben que el sistema de reparto, aplicado para para pagar sus derechos a los pensionistas, es un fracaso. Las causas de este fracaso están bien estudiadas. Como es impopular descubrir la realidad, se convierte la mentira en el cuento de nunca acabar. El tema se deriva, para ganar tiempo, a crear nuevos impuestos, como si fueran a pagarse por los más ricos.
¡Mentira! Lo pagarán los de siempre y aumentará el número de pobres. Eso es todo.
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