Para
movilizar a los emprendedores hay que partir de dos hechos negativos a vencer:
el escaso dinero que hay para invertir en proyectos empresariales y lo poco o
nada inclinadas que están las personas con iniciativa, a arriesgar un euro en
un país donde las administraciones (del Estado, de las CC.AA. y de los
Ayuntamientos) resultan ser, si no del todo sí en gran parte, parasitarias
(parasitismo: costumbre o hábito de quienes viven a costa de otros), allí donde
lo conveniente es que fueran simbióticas (simbiosis: asociación entre
diferentes que sacan provecho de la vida en común).
De cualquier forma, el
ánimo inversor se puede medir por grados. En una escala empresarial de mayor a
menor, la iniciativa inversora puede estar en manos de compañías
multinacionales, de sociedades mercantiles de ámbito nacional o regional, de
autónomos o (como variante de estos últimos) de pequeñas empresas familiares.
Los gobiernos tienen puestas sus esperanzas en la iniciativa de los autónomos,
pero –dicho sea de paso- entre la presión fiscal y laboral y las exigencias de
los distintos organismos, en cuanto a requisitos a cumplir para poner en marcha
cualquier tenderete, se apagan los ánimos emprendedores del más valiente
inversor que hayan parido los siglos. Pese a lo tiempos que vivimos, las
iniciativas inversoras están, sobre todo, en manos de quienes tratan de
asegurar la colocación de sus miembros familiares, hoy acuciados por el paro.
Para ello, están dispuestos a sacrificarse para crear ese puesto de trabajo
para el hijo o la hija u otro miembro familiar, tan difícil de lograrlo por
cuenta ajena.
Por tanto, son estas pequeñas empresas familiares las que más y
mejor puede colaborar hoy, gracias a su aportación personal, a poner nuevos
negocios en marcha. Pero a cambio hay que ayudarles a que la maraña de
obligaciones que les llueven, no los ahoguen; si así no fuera, el desánimo
cundirá entre estos emprendedores en perjuicio de todos.
Alguien debería de estudiar
esta realidad para que no se malogre un filón de nuevos empleos. Pero a ese
alguien, eso sí, ha de asegurar que nuestras administraciones han de
simplificar el cúmulo de requisitos burocráticos y dineros que se exigen para
abrir cualquier pequeña empresa.
(Publicado en el año 2014. ¿Qué ha cambiado?)
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