Naturalmente, nadie sabe con certeza el futuro que nos espera a los españoles como pueblo. La fe mueve montañas. Puestos a pensar, ¿quién podría prever hace cien años que un equipo de fútbol madrileño movilizaría a millones de españoles a exaltarse en nombre de la Patria?
¡Pobre de mí! Sufrí un desengaño cuando siendo un niño comprobé que, para ganar partidos de fútbol, era necesario contratar los servicios de unos seres humanos habilidosos y fuertes, capaces de golear al contrario. Los mejores jugadores del Deportivo Alavés se los llevó el Real Madrid a fuerza de billetes. Mi desconsuelo se vio aliviado cuando mi padre dijo -y me convenció- que el deporte, al dar el paso para ser profesional, se había convertido en un espectáculo deportivo: en un circo.
No se si la crítica cruda de mi padre fue o no positiva. El hecho es que el deporte profesional no me emociona, ni me roba tiempo. A pesar de todo, después de reconocer mi rareza, siento admiración, no por los profesionales del deporte, sino por las masas que movilizan. Y no puedo resistir la tentación: si pagáramos la décima parte a los buenos profesionales de la ciencia con nacionalidad española, no se marcharían al extranjero porque aquí no pelechan. España, sería bien distinta.
Por esa razón, no dejo de reconocer, que los españoles somos en gran parte -no todos, menos mal- quijotescos malandrines.
Si eligiéramos a los políticos por su vocación demostrada, su habilidad y sus goleadas y los pagáramos bien, los españoles estaríamos a la altura del fútbol en resultados y en victorias socio-económicas.
Pero si votamos basura y pagamos mal...¡ya se sabe!
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