sábado, 17 de junio de 2017

CUANDO HABLABAN LAS PISTOLAS

      Como puede suponerse, por principio,  todos los sucesos violentos y también los bélicos, registrados a lo largo de la historia, son  condenables. Con más razón aún,  aquellos que hicieron víctimas  en la retaguardia entre gentes inocentes e indefensas.
     No me  refiero a una guerra en  particular. Sucede en  todas.  Y según sea el sentimiento de aquellos que las cuentan, las canalladas de unos pasan al pabellón del olvido o se muestran con orgullo, cuando no se ensalzan como gestas heroicas; en cambio las del enemigo se vituperan por endemoniadas o poco menos.  Y así se cuentan los crímenes con cargo a gentes de la derecha, con total olvido de los imputables  a las izquierdas y viceversa.
     Esto  sucedió en España en ambos bandos en la última guerra civil. Quien quiera buscar culpables, no  puede condenar a unos y glorificar a otros con elementales prejuicios revanchistas. Los episodios desgraciados e inhumanos, los odios,  se desmadraron en ambas zonas. No hay una regla que nos permita dimensionar la  importancia de unos respecto al alcance  de los otros.
     Pero esto  aparte, de los que nadie habla, o se les cita en  contadas ocasiones, es de aquellos que enfrentados a los asesinos del bando que fuere,  ponían en  riesgo sus vidas, por salvar de la barbarie a personas inocentes a punto de ser ejecutados  sin miramientos. Y nadie da pruebas de gratitud, por estos gestos  que no fueron divulgados, salvo en  raras ocasiones.
      Cuando se producen entre políticos los enfrentamientos verbales cargados veneno, el observador neutral, aunque no por ello despistado, deduce: así se crea el ambiente hostil, que se sabe dónde empieza pero nunca  cómo acaba.
       Por eso hay amistades que matan y adversarios salvavidas.

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