Siendo joven, terminada la II Guerra Mundial, más que mediada la década de los cuarenta, sometidos los españoles a una férrea dictadura, un amigo recién titulado para ejercer de ingeniero agrónomo, obtuvo una beca para ampliar estudios en Edimburgo (Escocia). A su regreso, estando -como estábamos- imposibilitados por nuestra penuria y otras razones para salir al exterior, estrujaba a mi amigo a preguntas para saber cómo se vivía en el Reino Unido; y, también, cómo se habían comportado los británicos en unas recientes elecciones y conocer así, de primera mano, cómo se conducían en el ejercicio del derecho al voto democrático.
Por mi parte, tenía de España, dos recuerdos de otras tantas votaciones: las elecciones de febrero de 1936, que se desarrollaron en un clima crispado y cargado de odios, y un referéndum que nos organizó el régimen franquista para hacer de España una monarquía sin rey, asunto que a la mayoría lo mismo le daba; y miren por donde es lo único que todavía permanece de aquellos tiempos, ahora con rey incluido.
El ingeniero me informó: Yo he vivido con una familia compuesta por el padre, la madre y una hija ya mayor. Los tres votaron a distinto político, conforme a su conveniencia. No le dieron importancia.
- Eso en España -recuerdo que le dije- sería imposible.
- Nos pasa porque no somos escoceses.
Hoy se acepta mejor este voto familiar a la escocesa, aunque todavía hay muchos que cuando se adscriben a un partido le son fieles hasta la muerte, tanto el cabeza de familia y como toda su descendencia.
Parece que empezamos a cambiar. Es que la política está dejando de ser como una religión, cuando la religión hace tiempo que ya ha dejado de ser una política en las sociedades de origen cristiano.
Los votantes, en las naciones con madurez democrática, hace tiempo que dejaron de votar con el corazón y pasaron a votar con la cabeza.
Ya se sabe: votar con la cabeza es más prosaico y se acerca a un repaso contable por el ,que deducir beneficios o pérdidas. Pero a cambio, es más sosegado y más práctico que votar con el corazón y, además, abre vías a la prosperidad de los pueblos.
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